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En un mundo normal, a sus señorías los políticos les preocuparía la imagen que nos están dando, el legado que regalan a las generaciones de hoy y a las del mañana. La sensación de impunidad que planea sobre sus cabezas y que abraza cualquier atisbo de corrupción dejándolo en nada más que un titular de periódico que con el tiempo y la lluvia acaba maltrecho en un rincón olvidado y marchito a cada gota que cae. En un mundo normal, no se abusaría hasta el extremo absurdo de la palabra 'presunto' y el que cometiera un delito lo pagaría, en silencio, asumiendo el bochorno que sufre el que sabe que se ha equivocado y no llorando asustado como un crío amenazando que si a él lo castigan, se chivará de todos los que como él, han pecado.

En un mundo normal, el trabajador cargaría airoso contra las injusticias que se están dando en el mercado laboral, en lugar de agachar la cabeza miedoso teniendo que dar las gracias a unos jefes o propietarios que parece que hace tiempo que han perdido el alma y que le pagan poco y mal. En un mundo normal, no habría tantas personas sin casas, ni tantas casas sin personas, ni el Gobierno utilizaría el dinero que se le presta a un tipo de interés altísimo para consentir caprichos y trapicheos a las grandes bancas y a sus directivos, sino que se encargaría de subsanar o al menos aligerar la deuda de sus contribuyentes en lugar de subirles los impuestos cuando la mayoría, por no tener, no tiene ni trabajo. Pero es que en un mundo normal, jamás se le exigiría a una familia que solamente tiene una barra de pan para comer que la comparta sino que se obligaría a los que se ceban de bufet libre en bufet libre a auxiliar a los que pasan hambre.

En un mundo normal no se recortaría en Educación, pilar para subsanar este aquelarre de ladrones y corruptos al que llamamos España, en Sanidad, servicio en el que solíamos tener el honor de ser un referente mundial, ni Servicios Sociales, la mano invisible que se tiende a los que necesitan más ayuda de la que jamás nos hemos imaginado.

En un mundo normal, los jóvenes se dedicarían a equivocarse, a tomar malas decisiones que les enseñaran cómo vivir y no vivir la vida, y a intentar ser felices peleando por unos sueños imposibles, en lugar de emigrar en busca de un presente pluscuamperfecto. En un mundo normal, yo no tendría que haberme sentado triste y abatido a escribir esta columna.
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dgelabertpetrus@gmail.com