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El 11 de enero de 2013, Francia, de una manera unilateral, pero con el beneplácito del mundo occidental, invadió Mali, una de las múltiples antiguas colonias suyas en el continente africano.

Según el presidente francés, François Hollande, la decisión francesa de participar en dicha campaña era para retribuir al pueblo maliense el apoyo prestado a Francia en el pasado, y al mismo tiempo eliminar a los terroristas islámicos del país. Con acertada astucia, el presidente francés consiguió engrosar el contingente francés con el apoyo bélico de ocho países africanos, logrando con este argumento la legitimidad de su invasión.

El hecho indiscutible radica en la presencia en Mali de un importante segmento fundamentalista que ha controlado el norte del país con políticas fanáticas, facilitando de esta manera la entrada del grupo terrorista Al-Qaeda. No podemos, tampoco, olvidar el perenne conflicto político/territorial existente con el semi-nómada pueblo Touareg que durante el siglo veinte ha protagonizado numerosas rebeliones en contra de las fronteras establecidas por los países colonialistas, incluyendo Mali.

Podemos aceptar que todos estos elementos bélicos pueden hacer peligrar la estabilidad de la región y facilitar la implantación definitiva de terroristas islamistas. Sin embargo, hay otros elementos que nos obligan a reflexionar sobre el motivo real de la invasión francesa cuando empezamos a analizar la estructura geo-política-económica de Mali donde los recursos estratégicos son abundantes. Tanto en Níger como en Mali existen minas de uranio que Francia necesita para su producción nuclear de electricidad. Mali, con una población de solo 15.5 millones de habitantes es el tercer mayor país productor de oro en África, explotado en este momento por países occidentales, como Canadá.

La presencia francesa en Mali, según ha anunciado el Presidente Hollande, será breve, pero no podemos olvidar que Occidente se ve obligado actualmente a poner un frenazo a la entrada de China en el continente africano y parece que Francia ha aceptado ser la vanguardia estableciéndose en el oeste africano donde sus raíces coloniales perduran.

Los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón compiten actualmente con el gigante asiático cuya voracidad energética es patente y necesaria para sostener su rápido crecimiento económico. No olvidamos que China es el segundo mayor país consumidor de petróleo después de EEUU. Además, China necesita otras comodidades como oro, metales y hierro.

Se presume que el objetivo de China es asegurarse la disponibilidad de recursos naturales tales como petróleo, aluminio, cobre, níquel y hierro, que constituyen la esencia de su política exterior hacía África. En este sentido, han adaptado su política exterior a las necesidades de su estratégico desarrollo doméstico.

De momento los africanos asimilan la llegada de los chinos como el nuevo Plan Marshall beneficiando las poblaciones locales con la construcción de infraestructura y cancelar deudas millonarias cuyo dinero dedican a proyectos hospitalarios. En contrapartida, esta benevolencia china se ve retribuida por el incremento de apoyo que los africanos aportan a las actuaciones chinas en las Naciones Unidas.

Occidente esta reaccionando y decidido a paralizar y conseguir que la estrategia china no adquiera mayor dimensión, en este caso apoyando discretamente la iniciativa gala en la incursión maliense.