Puerto de Mahón, octubre de 1892. personal de la fábrica de hilados y tejidos "Industrial Mahonesa" - Archivo/ M. Caules

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Debió ser a mitad de los años setenta cuando los cumples anuales entraban en el libro de cuentas como primaveras. Primaveras con un toque de alerta, anunciando que te ibas volviendo mayor. A caballo entre la veintena, lejos de canas, arrugas y decaimientos.
Pudiendo vestir la moda Folk. Tan en boga en aquellos momentos y que a pesar de vestirla en Menorca, debimos aceptar, lo de ibicenca. Preguntándome por aquel bautizo, promocionando una vez más la menor del archipiélago. Podía haberse denominado, mallorquina, menorquina, formenterera, tan solo se trataba de usar nuevamente la indumentaria de nuestras antepasadas. Y tanto unas como las otras en aquellos tiempos usaban poques diferències lo mateix.

Se trataba de salir a la calle, de día o de noche con los largos faldones, lo que fueron enaguas de volantes, rematadas con vainicas, jaretas y pasa cintas. Escotes con amplios volantes y mangas afaroladas, todo ello hallado en una de aquellas maletas de madera de dalt es porxo donde guardaba la ropa interior de ses ties fadrines, que si para ellas va ser roba de devall, per jo va ser de demunt.

Fue un tiempo bonito. Nacieron mis hijos, y con ellos las ansias de saber más de los antiguos atavíos, anotando y ampliando lo que llegaría a ser parte de mi archivo. Hoy me alegro de ello, esperando que no caiga en saco roto, encontrándose en sus renglones de cuando la isla era más pobre que en la actualidad. I ja és dir.

Es fácil imaginar, el desconocimiento de aquellos habitantes en cuanto a tejidos, fue en la dominación inglesa. Precisamente los hombres mejor vestidos y los más elegantes se encontraban en Inglaterra, mucho más avanzados que los franceses. Tanto, que en 1785 se instaló la primera máquina a vapor para mover un telar de algodón, inventado por el escocés James Watt.

El general Kane, se preocupó de importar las mejores castas de las cabañas de Italia, Francia y otras ciudades, desembarcándolas en el puerto mahonés mientras eran repartidas por diferentes puntos de la Isla, engrosando la cabaña con el fin se fueran mezclando con las nuestras, algo que no dio el resultado esperado, la escasez de comida, la escasez de agua y de hierba en nuestras tanques, el nulo cuidado que se les dedicó, dejándolas sueltas, sin protección ni cobijo, aquella lana que se deseaba obtener, sedosa, y de tacto dúctil, de buena calidad, fue totalmente al contrario.

Aquel cúmulo de despropósitos motivó ir recibiendo la lana desde el reino unido, enfadando a los menorquines por sus elevados precios. Hoy se les podría reprochar por qué no fueron cuidadosos con las ovejas, su rendimiento hubiera sido precioso y el nombre de la isla muy importante.

Quiero pensar, que los más pobres, a los que les era imposible pagar los reales de vellón que se pedían en los mercados, continuaron trabajando con su rueca, algo que heredaban de madres a hijas, dejándoles de importar si su materia prima no era vaporosa como la que llegaba de ultramar.

Hace tantos años que fui anotando y estudiando el tema que me ocupa, que no puedo asegurar si fue a partir de ahí que hubo varios mahoneses decididos a montar lo que ahora llamaríamos fábricas, o bien ya las habían iniciado antes de llegar el general Kane, el caso fue que algunos de estos fabricantes llegaron a dar trabajo a ciento cincuenta mujeres manejando los telares, mientras otras hacían lo propio de costureras.
Trabajo dificultoso, poco o nada saludable, aquel polvillo que se desprendía llenaba los pulmones a cambio de escasas monedas.

Ustedes se preguntarán ¿qué hacían tantas mujeres en aquellos tiempos? Las populares manufacturas, zamarras, lo que ahora se conoce como camisetas. Eran de manga larga, escote redondo con una pequeña abertura delante abrochándose con tres botones, de madera. Lo curioso de las mismas, su largo faldón, llegando a tapar el trasero. Entre mis cosas llegué a tener dos de las mismas y que a pesar de mis cuidados, pasaron a mejor vida en manos de las polillas, éstas no se resistieron al fuerte olor de ses bollas d'arna.
En casi todos los viajes, se embarcaban cajones con aquel producto, junto a pantalones y chalecos para trabajar de 'Fustan', asi se conocía cierto tejido de calidad muy basta, que según el mecánico de la motora, él conoció aquel material, su padre lo usaba, explicándome que los pantalones eran bastante altos llegaban unos ocho centímetros mas arriba, de la cintura, sujetos con tirantes, otros, la clase bien añadía un cinturón de piel, que por cierto hacían de recortes, los que faenaban en el campo o en talleres llevaba sujeto a la cintura un cordel. Debido a ello se usaba chaleco. Como intentando cubrir los antiestéticos tirantes. Aquellos tejidos, por regla general eran de color oscuro, una especie de marrón chocolate o negro.

Poco a poco se fueron guardando las ruecas que usaban las abuelas por las noches principalmente en las largas noches, hilando lino o cáñamo. Filoses, amb es fus, aspia i dabaneres que por lo escuchado de mi abuela sa migjornera, siempre se hallaba dispuesta en uno de los rincones del comedor o cocina.

Aquellas hilaturas, se usaban para la ropa de casa, la conocida como ropa blanca, sábanas, trapos de cocina, toallas, tan aptas a la hora de restregarlas para su limpieza y tan codiciadas, jamás se desechaba un palmo, cualquier retal tenía su destino. Las mujeres se dedicaban a repassar sa roba, equivalente a zurcir los rotos, con una habilidad y una destreza tal, que podían semejarse a auténticos bordados, todo un arte. Aún hoy tengo presente la caja de cartón a modo de botiquín, donde se encontraban las vendas, que no eran otra cosa que tiras de dos o tres centímetros, en ambos lados un punto entrecruzado a modo de punto de cruz en rojo. En uno de sus encabezamientos dos largas tiras dues vetes con las que se ataba el vendaje. Y por supuesto, las iniciales de la familia, esto no faltaba jamás. Otro día explicaré el porqué.

En ocasiones mi padre me había hablado de dos hermanas de Fornells, de las que apenas tenía una imagen en su retina algo borrosa, como tampoco no sabía a ciencia cierta si habían sido parientas de su padre o de su madre, de lo que sí me explicaba que llegadas de su pueblo natal, instaladas con otra parienta que vivía en la calle del Carmen, cerca de la de mis abuelos. Aquellas mujeres, se habían especializado en el trabajo del cáñamo, planta textil que crecía sin problema alguno en muchas zonas de la isla. Crecía entre las rocas sin necesidad de cuidado alguno.

Don Juan Mercadal y Portella, propietario de la finca Alcaufar, (hoy vell) donde se cultivaba esta planta de la que sus tallos llegaban alcanzar un metro de altura. Gracias a este cultivo muchos fueron los que dispusieron de trabajo tanto en tejidos como cordajes e incluso papel. Fue tal la repercusión, llegando a alcanzar clientes de fuera de Menorca siendo unos de los más importantes de Mallorca.

Estas parientas o amigas de mi familia, junto a otros trabajadores vivían en la finca, tan solo bajaban los domingos al medio día y regresaban a Alcaufar al anochecer. Lo hacían con el aparcero que tenía un carro y su familia se encontraba en Mahón. Mientras otros que vivían en Llucmaçanes iban a pie.

Mientras tanto el huso del punto sa calça era llevada a cabo, confeccionando, enaguas, medias con algodones, haciendo lo propio con lana, cubriendo sus cuerpos con samarretes, chaquetas etc.

El llamado libre comercio por parte de los ingleses, ayudó a la adquisición de tejidos franceses, siempre los más privilegiados y deseados por las mujeres. No todas, tan solo las conocidas como señoras, pudiendo lucir sedas, algo prohibitivo para el resto, conformándose con indianas. Según una revista dedicada al tema, asegura que en 1775 se introdujo en los mercados, entrando a formar parte de los tejidos, los algodones, guipures, organzas, batistas, etc.

La fotografía que hoy publico no se corresponde a las manufacturas que cito más arriba, la fábrica de Cala Figuera llegó más tarde.

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margarita.caules@gmail.com