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Miras hacia atrás buscando respuestas a lo que os está cayendo. Y, en esa mañana dominical abúlica y silenciosa, se reproducen escenas iteradas… La del niño, por ejemplo, que copió en un examen y vio como le reían la gracia. Esa criatura que comprobó como aquella falta de honestidad lo convertía, curiosamente, y contra todo pronóstico, en un pequeño héroe dentro del grupo. Lo de darle al callo era –probablemente pensó- de tontos… Los niños crecen. Como crecen los vicios adquiridos. Mudado en adulto, fardó después, y en un alarde de coherencia, de lo que no había declarado a Hacienda. Y su papel de héroe fue en aumento. Las triquiñuelas utilizadas eran objeto de admiración, estudio y análisis por parte de quienes, en esas tardes de bar, eternamente repetidas, se mudaban en auditorio. En su hábitat –convendrá recordarlo- deambulaban seres muy parecidos a él, los que habían hecho del enchufe y del amiguismo un modo de vida. Los valores, molestos, soterrados. "¿Qué estudia tu hijo?" –inquiría X-. "Se ha metido en las "nuevas generaciones" del partido Y" –contestaba Z-. "¡Enhorabuena! –replicaba el primero-. Con un poco de suerte te llegará a ministro…" Hubo quien, en esos mismos bares, en esas mismas tardes, presumió de su dinero en negro, de su paro y de sus trabajos no declarados y ejercidos sin rubor a plena luz. Alguna que otra mirada hostil de un desempleado auténtico le llegaba pero le resbalaba por lo aceitoso y untado de su conciencia…

Buscabas respuestas… Confluían en una única: el gran amor que se ha tenido siempre en este puñetero país por la picaresca (pero no la literaria). Habéis aceptado la chapuza; habéis premiado al funcionario perezoso dejándolo reposar a modo de gratificación mientras acudíais a la ventanilla del eficiente; habéis minimizado los suspensos de los hijos; habéis sido condescendientes con el defraudador, con el profesional que jamás extendía una factura; habéis… Habéis creado un campo de cultivo que ha acabado por dar sus peores frutos. Y ahora os rasgáis las vestiduras… No es, el vuestro, un Hyde cualquiera. Es el creado, mimado y consentido…

Una España dolida asiste, hoy, pues, atónita, al espectáculo mudado ya en esperpento. Y el funcionario legal carga con el trabajo del otro, digital, y también con su etiqueta; el alumno, con el copión triunfante; el universitario, con el que ha hecho de lamer el trasero oficio, pero sobre todo beneficio; el parado angustiado, con la farsa y el cínico abuso de los indecentes; el ciudadano, con las burlas de los defraudadores; los profesionales honrados, con los que no saben extender facturas; el enfermo, con el imaginario…Mientras, esa España dolida, sí, soporta los aplausos que recibe –que ha recibido desde hace ya demasiado- esa otra, la causante de su quebranto, entre risas y vítores de tanto gilipuertas…

Dicen que en este país la corrupción no se castiga en las urnas. ¡Natural! Dicen, también, que cada pueblo tiene a los políticos que se merece. Puede. Puede que una parte, sí. Pero hay otra, limpia y ejemplar, para la cual no son de recibo las actitudes barriobajeras de quienes se hacen pasar por conciudadanos; esas que han engendrado tanto despropósito. Ojalá esos niños crecidos que copiaban en los exámenes se abstengan en las elecciones próximas y sólo acudan a las urnas aquellos que no regaron jamás los campos en los que ahora anidan y se prodigan tantas malas hierbas. Demasiadas…