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Ayer, el Papa Benedicto XVI comunicó en un Consistorio de Cardenales en la Ciudad del Vaticano que renunciaba al ministerio de Obispo de Roma y, por tanto, sucesor de san Pedro y Sumo Pontífice de la Iglesia Universal. Las razones han sido, según sus palabras, la avanzada edad y la falta de energía para el gobierno pastoral en estos momentos tan complejos. Dicho anuncio ha tenido un fuerte impacto mediático en todo el mundo y ha llenado de emoción el corazón de los católicos.

Con la noticia acabada de producir me dispongo a escribir unas impresiones personales ante este hecho para todos los diocesanos de Menorca. Son fruto de un sentimiento que os transmito y, al mismo tiempo, que comparto como una especie de portavoz con los vuestros. En pocas horas se han oído muchas valoraciones tanto de destacados miembros de la Iglesia y católicos anónimos como de autoridades de muy diversos países del mundo entero. Todos coinciden en resaltar la relevancia intelectual y moral de este Pontífice; algunos lo califican como uno de los grandes intelectuales europeos de las últimas décadas. Sus numerosos escritos avalan esta afirmación. Para los católicos ha sido un gran y buen pastor que ha sabido estar a la altura de las circunstancias actuales orientando constantemente al pueblo de Dios para que cada cristiano viva el encuentro personal con el Señor resucitado con alegría y entusiasmo para comunicarlo a los demás.
Sin hacer una valoración del pontificado del papa Benedicto en sus escritos, viajes o intervenciones públicas, me ciño solo al aspecto noticioso de este momento: su renuncia al oficio de forma libre y manifestada formalmente.

Con cuatro palabras me propongo resumir este cúmulo de impresiones que me afectan de modo especial: sorpresa, admiración, agradecimiento y respeto. Y con brevedad paso a explicarlas.

Sorpresa por lo inesperado de la noticia. Habíamos oído muchas veces esta posibilidad, por otra parte contemplada en el Código de Derecho Canónico, pero siempre concluíamos que no se daría el caso. Los últimos años del Beato Juan Pablo fue un fácil recurso periodístico. Pero ahora no había comentarios o rumores en este sentido. Era también insólito porque no se había producido un hecho semejante desde hacía más de setecientos años.

Admiración por la vida y la obra de este gran hombre. Su bondad y fidelidad, su religiosidad y confianza absoluta en la Providencia, su entrega entusiasta a los diversos encargos que a lo largo de su existencia le había encomendado la Iglesia, su dedicación al mundo intelectual, cuyo fruto comprobamos en las miles de páginas escritas y en las numerosas discusiones, diálogos y conferencias pronunciadas en los más diversos lugares del mundo confrontando las inmensas posibilidades de relación entre la fe y la razón. Os propongo la lectura del pequeño mensaje en el que da a conocer la renuncia para que nos admiremos de la concisión y sencillez de las palabras y la grandeza del gesto, con la petición incluida de perdón, para retirarse a la oración hasta el final de su vida.

Agradecimiento a Dios por el gobierno pastoral que Benedicto XVI ha realizado en estos casi ocho años. Nuestra diócesis da gracias por sus constantes orientaciones e indicaciones para nuestra vida cristiana ordinaria en forma de catequesis y mensajes.

Personalmente doy gracias, además, por otro motivo: me nombró obispo a los pocos días del inicio de su pontificado; algunos comentaristas dijeron que fui el primer europeo junto con otro sacerdote centroamericano quienes recibimos en encargo del episcopado con la firma del nuevo Papa.

Respeto por la decisión tomada. No podía ser de otro modo. Este Papa tan exquisitamente respetuoso con todos merece ser correspondido con la misma moneda. Así lo han hecho desde distintas instancias los intelectuales, políticos y autoridades de todas las partes del mundo. Mucho más le debemos esa misma consideración los fieles y los pastores de la Iglesia. Respeto que queda envuelto en un manto de dolor por el final de su pontificado y en una alegría contenida por el cumplimiento de una responsabilidad fuertemente alimentada en la oración y expresada con gran naturalidad desde una conciencia llena de lucidez, finura y rectitud.

Solo me queda pedir a todos vosotros que hagáis realidad su último ruego: que oremos a Dios por él y que lo encomendemos a la solicitud maternal de la Virgen María.