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En pleno combate atlético contra la obesidad y la precariedad física, preparatorio para la crisis de los cuarenta, un día frío pero muy soleado se transforma en una tormenta de granizo de apenas un par de minutos que me deja helado, en pantalón corto y al borde de la gripe. Me sentí, de nuevo bajo el sol, como un compatriota de Asterix y Obélix tras la peor de sus pesadillas. Esa misma mañana el Papa dimite, lo que supone un hecho casi sin precedentes, no solo en la Casa del Señor, sino en todo el conjunto de la sociedad. En plena epidemia de desempleo y con cada vez más empresas cada vez más próximas al cada vez más profundo abismo, la clase política se enzarza en una incomprensible discusión sobre declaraciones de la renta de propios y, sobre todo, extraños. El PP rectifica ante el sentido común y acepta debatir algo que puede llegar a herir los intereses de nuestros amos los banqueros, a los que nadie desahucia de sus puestos de trabajo pese a los agujeros que han dejado en sus respectivas entidades. Mario Draghi se deja llevar por la cálida bienvenida y el aún reciente Carnaval y dice que España va por el buen camino. El Real Madrid se va a quedar sin opción alguna de ganar un título antes de Semana Santa. Rajoy admite que incumple algunas empresas electorales. Se publica que el PSC espió a su rival político con un micrófono en un florero para conocer al detalle como se transportaban maletas llenas de billetes en coches fuera del país. Pistorius. Hacienda es un coladero para el dinero sucio. Visto lo visto, que un asteroide pasara ayer noche tan cerca de la Tierra que incluso corrimos el riesgo de que nos despeinara el flequillo (27.000 kilómetros arriba o abajo) fue, de momento, lo más normal de esta semana. La granizada del lunes fue solo un aviso.