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Escribía el pasado sábado dieciséis, de cómo se ejecutaba la llamada colada. Aquella manera de lavar la ropa blanca, distinto era el procedimiento con que se trataba la de color y que en tantas ocasiones escuché, era mucho más difícil de limpiar.

Pedir disculpas a mis queridos lectores, por el equívoco al escribir, paner, quan havia de dir covo. Lapsus imperdonable para una, tiquis miquis, que intenta ser rigurosa. Gracias por su comprensión.

Según el diccionario, la colada servia para limpiar y blanquear la ropa sin ningún proceso de lavado previo, únicamente después se aclaraban las prendas en agua limpia. Tras haber sido sumergida en agua hirviendo y suficiente ceniza procedente de la quema de maderos, la leña tenía mucho que ver con la desinfección y la desaparición de manchas y suciedad.

Con el paso del tiempo y los adelantos químicos, se fueron facilitando las cosas. Decir que el jabón se hacía en casa, a base de grasa, aceite, sosa y agua, es fácil imaginar cómo debían quedar las manos de las lavanderas, en invierno se llenaban de sabañones de los que hablé en tantas ocasiones. Alguien pensará que el mejor remedio consistía en untárselas con aceite de oliva y algo de azúcar, convirtiéndose en bálsamo. Al acostarse y tras esta especie de 'peeling', se enrollaban con un trapo de lino. Añadía mama Teresa que con aquella tela se hacía una especie de guante que se ataba en las muñecas para que mientras se dormía no desapareciera el envoltorio.

No todas las pacientes de sabañones, tenían acceso a este remedio. La cosa no era tan fácil. El aceite iba escaso y precisamente los que podían hacer uso del mismo eran los ricos, los llamados hacendados, y estos no tenían acceso a la bogaderia, lo que significaba que poques sedes tenien.

Los inconvenientes de aquellas mujeres, eran muchos más, padeciendo de otros males corporales, columna vertebral, caderas, rodillas, piernas y pies. La forzada postura frente a es còssil, y mucho peor las que lavaban de rodillas en los ríos, en las calas o charcas. En nuestra ciudad esto no ocurría, al no tener río, pero sí bajaban al puerto en la Colàrsega, amparándose bajo el puente. Precisamente dispongo de una fotografía que recoge aquel momento. Debido al paso del tiempo y a algún bicho que se apoderó de la misma, es imposible su publicación.

Muy cerca del puente des cul de sac des port se edificó el lavadero municipal. Estudiado el tema, observo que el lugar era el más idóneo, por la cantidad de agua que se encontraba y las mujeres ya estaban acostumbradas a bajar a aquel terreno, encontrándose el suficiente espacio para exponer la ropa al secado. Ya que hablo de secado, puntualizar que mientras esta se iba secando s'anava esbrofant o sea salpicando con agua limpia. Se tenía la creencia que adquiría más blancura y consistencia a la hora de ser planchada.

La otra semana al escribir sobre el marcado de la ropa con iniciales, añadí que en otra ocasión hablaría de ello. Creo que ha llegado el momento, aprovechando que debo esperar unas horas a que se seque la ropa esparcida per aquí i per allà.

Si bien las mujeres poco o nada sabían de letra, cada una conocía sus iniciales, diferenciándolas de las demás. Bordándolas en su ajuar (sábanas, toallas, pedaços de cuina, samarres, culots, pañuelos, enaguas, delantales, etc.) lo hacía con hilo de color rojo. No conocían el abecedario, pero sí su diferenciación del resto.

En estos momentos que los jóvenes creen ser los descubridores del reciclaje, decirles que nuestros padres y abuelos sentaron cátedra en este tema, nosotros aprendimos lecciones magistrales de ellos. En este día podríamos hablar sobre el jabón.

Aquel jabón de tajo, como algunos llamaban, se elaboraba tras haber freído en aquella manteca, seu, patatas, boniatos y frituras, lo que se podría calificar de ecológico, al estar fabricado con productos naturales. Grasas animales, sosa cáustica, lo convertía después de ser usado, en producto ecológico. Se aprovechaba el agua, para lavar, se echaba en la tierra incluso la bebían los animales, no resultaba contaminante.

Finalizados todos estos pormenores, que encuentro relevantes, voy a pasar a describir la modalidad del sistema de lavar en el còssil, restregando sobre la tabla, distinta a la colada.

El lunes era el día que se dedicaba a lavar, el motivo debió ser la costumbre de cambiarse la ropa el sábado mientras otros lo hacían el domingo. Antes de acostarse se depositaba la ropa blanca mezclándola con los pequeños trocitos de jabón que iban quedando a medida que se gastaba la pastilla. Aún hoy recuerdo a los abuelos frente a una tabla cómo iban recortando a modo de escamas.

Llegado el momento de ponerse frente al còssil, se sacaba la ropa del recipiente, se tiraba el agua en la calle, sobre la tierra, no había llegado el asfalto y su táctica era esbrufar.

El recipiente lleno de agua clara, se iban cogiendo una a una las prendas por orden, primero se iba enjabonando la más limpia hasta llegar a la más sucia.

Restregada con la pastilla, una vez lavado, se depositaba en una tina de zinc con agua limpia y lejía, se mantenía durante un tiempo, se sacaba se aclaraba con dos aguas, en la última se había incorporado el azulete, éste ayudaba a que la ropa blanca adquiriese una blancura sin igual.

Se escurría y se tendía en el patio o tejado de la casa. Todo un arte. Es posible que alguien se ría, pero en honor a aquellas mujeres debo decir, que las mayores comentaban que para saber si una joven era limpia y ordenada, hallaban la respuesta observando cómo lavaba y tendía.

Antes de tender, con un trapo limpio algo húmedo limpiaba los hilos de tender. Aprovechaba los rincones menos observados por el vecindario, para colocar la ropa de davall, las toallas juntas una devora s'altra, lo mismo con los caños de cocina, delantales, ropa de cama bien colocada y estirada sin arrugar y así sucesivamente. Si el mismo día se lavaba la de color ésta era tendida en hilos o cuerdas distintas lejos de la blanca, evitando se pudieran desteñir.

Si entre aquella bogada se encontraban prendas que debían ser almidonadas, se recogían estando húmedas, de lo contrario se iba descolgando a la vez que se colocaban evitando que se arrugaran colocándose en es covo.

De todas maneras las cosas no siempre eran como he ido escribiendo, en ocasiones cuando estaba seca o casi seca y se ponía a llover o se movía un vendaval, hi havia corregudes. En mi infancia, los inviernos eran mucho más crudos, la tramontana duraba una semana y las lluvias otro tanto. Las amas de casa buscaban mil remedios para secar la ropa. Unas tendiendo en el sótano, otras en lo alto del porche, de tener porxada, también la aprovechaban, la cuestión era ir secando aquella robada.

Mientras iba investigando, me encontré con infinidad de sorpresas. Mujeres que diariamente se habían dedicado a lo mismo. No sabían ni leer ni escribir y por el contrario en su memoria se hallaba la lista de las casas a las que correspondía su trabajo diario.

Una tal Laieta de Mercadal que vivía en la calle de la Reina, me explicó que se había iniciado en el oficio cobrando a peseta la hora y máximo que llegó a percibir fue a siete con cincuenta. Cuando la entrevisté tenía unos ochenta y cinco años y sus manos eran la muestra de su trabajo, atacadas por la artrosis.

En este instante he recibido un correo de Toni Tudurí de Es Castell residente en Barcelona, refiriéndose a este tema, digno de ser transcrito, dejándolo para la próxima semana.
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margarita.caules@gmail.com