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Después de la lluvia de fragmentos del meteorito caídos hace unos días sobre Rusia, uno se pregunta si son señales de algún fin próximo o si simplemente son cosas del azar. Ya saben ustedes que el final de las cosas depende mucho de la distancia en que cada uno se encuentre de ellas pero ojito, las distancias pueden aumentar o disminuir dependiendo de lo que nosotros provoquemos al destino. Y tenemos que reconocer que nos gusta provocar, somos el animal más inteligente del planeta capaz de convertir nuestros conocimientos en armas destructivas. Estaría bueno que, después de haber sufrido los demoledores discursos de los políticos que se creen en posesión de la verdad, de la única verdad, de haber sido testigos de tanta y tanta corrupción, de habernos creído los más listillos, de hacer de nuestra vida diaria un auténtico chanchullo y un sinfín de cosas más, nos caiga ahora un meteorito y nos firme el final de nuestra existencia, nos ponga el fin a esa novela mezcla entre ciencia ficción y terror que entre todos hemos estado escribiendo desde tiempos inmemorables. Porque si es terrible destruir lo que es nuestro, mucho peor es destruir todo aquello que se nos ha prestado y nuestro planeta es eso, un préstamo que estamos moralmente obligados a devolver a las generaciones venideras y en el mejor estado posible, cosa que se me antoja cada vez más imposible.