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El otro día unos amigos catalanes me invitaron a comer en Barcelona en un restaurante de cierto relieve gastronómico (¡Gràcies!). Naturalmente, y siguiendo la moda que se ha institucionalizado en la capital catalana, antes de aceptar y sentarnos en la mesa que nos habían asignado, procedimos a someterla a un riguroso control registrando la susodicha así como las sillas que la rodeaban y todas sus "rodalies". El florero central de la mesa mereció, naturalmente, especial atención.

Solo de esta manera creímos asegurado poder certificar que no nos afectaría el nuevo toque "fashion" en el "cau" del nacionalismo periférico: la moda de que espíen y escuchen tus conversaciones más íntimas.

Hay que aceptar que hoy no eres nadie en Barcelona si no eres escuchado mientras comes. Una nueva costumbre patriótica que ya es imprescindible para enorgullecerte de tu currículum. Según la prensa hay más de quinientos ciudadanos (aunque alguna asegura que son miles) los que han sido espiados y escuchados mientras ingerían alimentos. Es la gastronomía espiada.

Yo recuerdo perfectamente mis comidas del internado de los Escolapios de Sarriá donde los "ayos" nos vigilaban en el comedor. Seguían nuestras formas de comer (para rectificarlas y educarnos mejor) y nos vigilaban para que nos comportáramos correctamente en la mesa. Pero nunca notamos que escucharan nuestras conversaciones de adolescentes. Respetaban nuestra intimidad. Eran años predemocráticos en los que nos incrustaron en la mente que la educación no es un sombrero que se pone y se quita a conveniencia. El sombrero de las formas o se lleva siempre o no se lleva nunca. No se puede ser educado solo a ratos.

Lo mismo pasa con la democracia: no se puede ser demócrata solo a ratos. No se puede pretender ser educado en democracia mientras ordenas comportamientos propios de dictaduras. Espiar y escuchar a otros para disponer de información privilegiada conseguida por métodos poco ortodoxos no es un proceder democrático. Esconder un micro en un florero es cutre total. Es propio de los métodos de Maxwell Smart y su Superagente 86 o de las recordadas películas de Antonio Ozores o Fernando Esteso. Es algo que degrada a quien lo ordena y lo autoriza. Algo que le clasifica y le califica. Algo plenamente carpetovetónico que demuestra que "Barcelona is Spain."

A lo que parece la antigua Barcino se ha convertido en una especie de inmenso queso "gruyère" donde unos pocos escuchan a todos. Intrigas, amores prohibidos, celos, pasiones, cuernos, etc. todo resta al alcance de los políticos. El famoso oasis catalán convertido en un charco donde el "xaferderum" generalizado queda registrado bajo el mando del nacionalismo, esa "cutrez" decimonónica. Un hecho que demuestra la auténtica heroicidad del poder aldeano: el espionaje masivo de ciudadanos.

En Cataluña mandan los mismos desde hace décadas. Son lo que, envueltos en la bandera de todos, se creen untados de un patriotismo especial que les autoriza a cualquier barbaridad que les permita perpetuarse en el poder. ¡Pobres ciudadanos catalanes, tan honrados y tan trabajadores! Les ha caído una buena. Una nueva plaga bíblica compuesta por esa casta política corrupta que les espía y que prostituye a aquella queridísima tierra. Son los que con sus imposiciones han prostituido la libertad del ciudadano y, como consecuencia, han conseguido producir una bajísima calidad democrática. Sin libertad nunca hay calidad.

Pero ahora que caigo: en aquel restaurante lo examinamos todo menos la composición de la comida de los platos. ¡Dios mío, quizás llevemos el micro dentro de nuestros estómagos! ¿Nos lo comimos? Todo es posible en los dominios de estos espías de pacotilla. ¿Se las apañarán también para escuchar nuestros pensamientos?