TW
0

Admiración por la vida y la labor pastoral del papa Benedicto y agradecimiento a Dios por haber dado a su Iglesia un Pontífice tan excelente y generoso son sentimientos y convicciones que, ante la noticia de que el Papa va a poner fin a su pontificado, nuestro Obispo de Menorca, al conocer esa decisión, ha puesto muy de relieve, y que son compartidos en gran manera por los fieles y las personas consagradas de todo el Pueblo de Dios, tanto en nuestra diócesis como en todo el mundo.

Una de las decisiones últimamente puestas en marcha por Benedicto XVI ha sido el convocar el "Año de la Fe". No podía dejarnos un memorial más expresivo de sus anhelos y que mejor refleje la inspiración de lo alto que le ha caracterizado en su fructuoso magisterio y en su impulso evangelizador. En la Carta Apostólica

La puerta de la fe, por la cual convoca dicho tiempo de profundización espiritual, nos dice: "Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La fe que actúa por el amor (Gá 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre" (Porta Fidei 6).

En testimonios del propio Papa Benedicto y de su hermano sacerdote Georg Ratzinger podemos ir rastreando con emoción cómo en la existencia de Joseph Ratzinger el don de la fe y la generosa entrega al Señor se fueron manifestando lenta y constantemente. He aquí un relato entrañable del Papa mismo acerca de unas experiencia de piedad y gozo espiritual de los años de su infancia, que como contribución a un homenaje en memoria de Mozart se publicó en Salzburgo, y dice así: "Cuando en nuestra parroquia de Traunstein, en los días de fiesta tocaban una misa de Mozart, a mí, que era un niño pequeño que venía del campo, me parecía como si estuvieran abiertos los cielos. Delante, en el presbiterio, se formaban columnas de incienso, en las que se quebraba la luz del sol; en el altar tenía lugar la celebración sagrada, de la que sabíamos que abría para nosotros el cielo. Y desde el coro resonaba una música que sólo podía venir del cielo, una música en que se nos revelaba el júbilo de los ángeles por la belleza de Dios. Algo de esta belleza estaba entonces entre nosotros".

La ordenación y primera misa fueron un don maravilloso que se dio a los dos hermanos a la vez, con gran alegría de la familia y de todo el pueblo en donde ellos residían con sus padres y su hermana María. El gozo espiritual les embargada en profundidad. Luego Joseph fue destinado como coadjutor a la parroquia de La Preciosa Sangre de Cristo en Múnich. El párroco era un sacerdote celoso y muy trabajador, cuya muerte ocurrió cuando estaba llevando la Sagrada Comunión a un enfermo. Esta entrega sacerdotal se comunicó muy vivamente al joven sacerdote. "Dado que el párroco no ahorraba esfuerzos -dice Joseph- yo no quería ni podía tampoco hacerlo. […] El trabajo con los niños en la escuela, que también implicaba naturalmente la relación con sus padres, se convirtió en un motivo de gran alegría y también con los diversos grupos de jóvenes católicos creció rápidamente un buen entendimiento" (J. Ratzinger, Mi vida, Ed. Encuentro, p. 116).
Poco después, Joseph que se había distinguido por su gran aprovechamiento en los estudios fue llamado a la docencia de la teología, que ejercitaría desde entonces con mucho fruto en diversas escuelas y universidades. Su hermano Georg, al ser preguntado sobre el hilo conductor que a Joseph le llevaría al episcopado y finalmente a ser elegido sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo, se expresa con unos conceptos empapados de una especial visión de fe: "Naturalmente, si se lo considera desde perspectivas puramente humanas, fue una casualidad. Pero si se contempla como persona creyente su vida entera, el modo en se desarrolló, se reconoce que ha habido una disposición superior que lo condujo a su propia meta -no a la propia de mi hermano-. Fíjese usted qué rectilíneo ha sido realmente este camino: de pequeño monaguillo a estudiante de Teología, después a vicario, a docente, a profesor, a prelado, a obispo… Es una escala en la que cada paso ha tenido un cierto sentido, en la que, prácticamente, avanzaba siempre, ascendía cada vez más alto, y no porque él lo quisiese, no por arribismo, sino porque alguien lo apremiaba a dar cada uno de esos pasos y porque, en realidad, él cedía solo por cumplir a conciencia con su deber, en el esfuerzo constante por cumplir la misión que carga sobre sus hombros" (G. Ratzinger, Mi hermano el Papa, Ed. San Pablo, Madrid 2012, p. 296).

El hecho de la renuncia de Benedicto XVI, con plena libertad y después de asidua reflexión y plegaria, es un precios testimonio de fe, de esperanza y de amor. Confirma plenamente sus manifestaciones hechas en ocasión de este "Año de la Fe". Como ha dicho Mons. Martínez Camino, se trata de "un Papa que nos enseña también de un modo nuevo con el gesto de su renuncia que los testigos se deben al Testigo del que dan testimonio, a Jesucristo, el único Señor de la Iglesia" (ABC, 17-II-2013).