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Dos de mis primos paternos nacieron en La Coruña en los años inmediatos de nuestra posguerra. En edad pueril, emigraron con sus padres a Argentina en busca de un futuro que relegara sus penurias. Y Buenos Aires, que los acogió en época de bonanza, les proporcionó digno acomodo. Para sus padres, mis tíos, fue además su última morada... Al mayor de mis primos le conocí en Menorca, en los años setenta, en el tiempo de su viaje de bodas. Al menor, lo fuimos a conocer a la ciudad herculina, hace escasos años, cuando regresó a Galicia en migración inversa. Ambos -uno aquí y otro allá del mismo océano- ya están jubilados; y casi satisfechos, si no fuera por el Deportivo…, aunque, esta temporada, como cabe suponer, prefieran hablar de Messi…

En sus lejanos años de discentes en la capital bonaerense, coincidieron en identificarse con un mismo suceso, que rememoraban complacidos. Debo confesar que me sorprendió lo "novedoso" de aquella singular norma; atinada, hasta donde sé, en su planteada orientación por las autoridades porteñas de entonces, las cuales, desde la escuela, les invitaron -de la mano de la enseñanza esencial- a abrir sendas cartillas de ahorro para que, a medida de sus posibilidades, fueran aportando su plata… El compromiso residía en no disponer del "fondo", hasta tanto no cumplieran la mayoría de edad. Desconozco cómo acabó aquel sacrificado ánimo, pero entiendo que la buena intención no faltó en aquel remoto propósito para fomento del ahorro que, implícitamente, arrimaba austeridad...
Resurge la alejada evocación, al hilo de una reciente iniciativa parlamentaria que tiene por objeto [en nuestro país] que los estudiantes reciban formación financiera y tributaria en colegios e institutos. Según el partido de la calle Génova -impulsor de la medida-, pretende ser una disposición efectiva para el cumplimiento de sus obligaciones tributarias en la edad adulta y en consecuencia un elemento para prevenir el fraude fiscal... De aparecer en el temario, cuestión distinta sería… cómo armonizar el espíritu aséptico de la asignatura con las "adosadas" amnistías…

En teoría, no carece este proyecto de buenas intenciones, pero para el fin ambicionado… ¿serán suficientes? Exteriorizando aprehensiones -y con la indulgencia de Fernando Sabino…- , consientan que me cobije, al amparo del séptimo arte, en el trasfondo de un cuerdo mensaje sin el cual, en nuestro entorno real -que reaparece cuando se desvanece la magia de la pantalla…-, acaso resulten huecos los objetivos que la citada aspiración procura. Una última escena de la película "La hoguera de las vanidades" (en adaptación de la novela homónima de Tom Wolfe, que describe historias de corruptelas en Nueva York…), recrea la siguiente acción… Ásperamente censurado por los acontecimientos de una causa "infecta", con grabaciones incluidas…, el juez Leonard White se enfrenta en los tribunales a la enfervorecida audiencia pública, con este ceñido testimonio:

"Hemos depositado nuestra confianza en esta sociedad y en esta estructura de poder… ¿y qué recibimos a cambio? Hemos creído en las promesas que nos han hecho… ¿y qué recibimos a cambio? Hemos creído en su justicia (…) Déjenme que les diga lo que es la justicia... La justicia es la ley, y la ley es el débil esfuerzo del hombre por tratar de asentar los principios de la decencia (...) Y la decencia no es un acuerdo, no es un punto de vista, ni un contrato o un chanchullo… La decencia es lo que sus abuelas les enseñaron... Está en sus corazones… Ahora váyanse a casa y sean gente decente…" El oscarizado actor Morgan Freeman que da vida al fingido juez White, en el postrer acto de la película, concluye categórico: "Sean decentes…"