Viernes Santo de 1987. " La Sang" al paso por la calle de la Raval, en el centro mi esposo. Foto Dolfo (Archivo Margarita Caules)

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El sábado deje en el fondo del tintero infinidad de datos y curiosidades de anteriores cuaresmas de la infancia y juventud. No fue por olvido, se debió a la falta de papel. Hoy debía continuar con recuerdos de cómo se lavaba antaño, pero tras pedir permiso a mi grupo de mujeres del talayot de Trepucó, me dispensan, dejándolo para otra ocasión. Gracias, sou unes agradoses.

Continúo con mi parroquia, la del Carmen. Tranquilos, señores, señoras, niños, niñas, autoridades clientes, público en general y respetables cofrades. Un saludo para los que tanto daño i males criances heu tingut que soportar. Según Darli Carniegui a esta clase de ataques se les conoce por envidia.

Nada voy a decir ni tan siquiera opinar lo inopinable. ¿Acaso ser cofrade es sinónimo de castidad? ¡No! Según el diccionario, cofradía es una congregación o hermandad formada para ejercitarse en obras piadosas. Gremio, compañía o reunión de gentes para un fin determinado.

Don Miguel Villalonga, párroco del Carmen, fue un sacerdote ejemplar del cual otros podrían aprender clases magistrales. Primo de otro Miguel, mi vecino propietario del Trocadero. De nuevo voy a ser repetitiva, aquel era un modelo de bondad, sus manos llenas de cariño y dineros para cuantos necesitados se toparan con él. Jamás se podría decir aquel viejo dicho menorquín que tenia un vogamarí dins sa butxaca. Todo lo contrario. En la postguerra, miserias por lo vivido, y no le faltaron muestras de poder ejercer desde el anonimato la ayuda, y lo hizo sin mirar a quién destinaba su caridad. La iglesia de nuestra Señora del Carmen precisaba de grandes beneficiarios y uno de los que más arrimó el hombro fue en Miquelet del Trocadero. Dato que me faltó escuchar cuando Luis Alejandre hizo el pregón de Semana Santa, al nombrar a individuos destacados, lamentablemente se le olvidó el citarlo, a buen seguro que lo debía ignorar, pues conociendo a Luis, tan meticuloso y preciso y siendo como es él, no le hubiera importado el citarlo.

Continúo. Miquelet Guardia, fue un benefactor del lugar, lástima que el señor Petrus desde la pared del Ayuntamiento no pueda certificar de cuando se montaron los pasos, entre otras muchas cosas más. La iglesia del claustro fue la primera que dispuso de micrófonos y altavoces. Como si fuera hoy, veo los cajones blancos con el anagrama de la casa Philips. Vendidos e instalados por Juan Estrada. Siendo bendecidos por estas fechas, para los niños que íbamos los domingos a misa de nueve fue un festín.
Hoy los mahoneses entre tantos comentarios, añaden: nadie le hizo ascos a sus aportaciones, quien iba a decir que setenta años después se le hubiera echado a la hoguera, como se ha pretendido hacer en pleno siglo XXI.

Me dispongo a rezar por todos ellos, encenderé una 'animeta' rogándole a mi Dios nos ayude e ilumine a todos, dirigiéndome nuevamente a mi colegio, el de las monjas Carmelitas de la calle de Santa Rosa 4, esquina con la del Carmen.

Era bien sabido para el alumnado que el primer viernes de marzo no teníamos clase. En aquella preciosa capilla exponían a Jesús Nazareno, al cual los mahoneses le dispensaban una gran devoción. Durante toda la jornada infinidad de gente iba a rezarle. En la entrada, muy cerquita de la pila de agua bendita, una de las hermanas acompañada de alguna señora, sentadas junto a una mesa petitoria, iban entregando una estampa que más tarde se encontraba sobre la mesita de noche de algún hogar. Se decía que aquel Jesús Nazareno era milagroso, escuchándose infinidad de logros recibidos por muchas familias.

A lo largo de la Semana Santa, mis queridas hermanas carmelitas, iban de "bòlit", siempre limpiando, planchando al almidón, el ajuar de la capilla. Con un listado de actos litúrgicos, entre ellos, el Jueves Santo, dejaban la capilla de Jesús Sacramentado preciosa, todo tan limpio, tan bien dispuesto, oliendo a flores con las que habían sido obsequiadas por feligreses y amistades.

Para mí uno de los momentos más importantes era escuchar el coro, entre él a la hermana Isabel Ponce, acompañada de Nini Mercadal , madre de Pedro Luis Mercadal, el arquitecto que subió al cielo para renovar varias estructuras celestiales; Juanita la esposa d'en León, que tenía una zapatería en la calle del Castillo; las hermanas Ponseti, tías de mis amigas "ses Diaz" de la placita de san Roque, y otras muchas señoras más, que lamentablemente en estos instantes una nebulosa no me deja ver sus caras. Y no recuerdo quien era la organista. Lo siento.

Transcurría la semana entre rezos y silencios, no tan solo del aparato receptor, no habían llegado los cajones de cristaleras. Eran tiempos de diálogos y charlas interminables de las familias, en las sobremesas se comentaba cuanto iba sucediendo. A la hora de las faenas del hogar no se escuchaban los habituales cantos, las mujeres enmudecían y los obreros en los talleres y las fábricas también, dejándolo para el lunes de resurrección, en que todo Mahón salía al campo a merendar. Cada barriada se dirigía a una zona próxima de solaz esparcimiento, los del Cós, Virgen de Gracia y calles adyacentes iban al talayot de Trepucó, donde los chiquillos jugaban al fútbol, intentando simular a las, figuras de la Unión o el Menorca si bien lo suyo era ir confeccionando los albures de los mejores del mundo futbolístico, quien de ellos no soñó en llegar a ser Kubala o Ramallets, entre aquel palmarés de deportistas que al fin y al cabo es lo que todos pretendían ser. Amen de salir inmortalizados en el NO-DO.

Otros grupos se dirigían hasta la ermita de San Juan con la bolsa de pan duro para dar de comer a los peces del estanque, algo que entretenía a muchos, mientras otras niñas jugaban a la cuerda, saltando sin cesar, añadiéndose a la fila madres o parientas de "cor jove".

También los había que elegían Sa Font d'en Simon o la Vileta. Este punto era distinto ya que de hacer muy buen día, con la excusa de haberse caído la pelota al mar, se remojaban los pies, todo un placer, mientras las madres gritaban: Surt d'aquí, tot d'una, frissa, temerosas no fuéramos a resfriarnos.

No siempre los lunes de Pascua fueron bonitos y soleados, los hubo lluviosos, ventosos y tristes, quedando en casa, junto al brasero de la mesa camilla. Momento ideal para poner en orden la colección de papeles de caramelos recogidos por las calles de Mahón, con motivo de ir repiqueteando con dos tapaderas aquello de …"Rata-pinyada surt des niu, que el bon Jesuset ja es viu". Mientras se escuchaba un coro celestial producido por todas las campanas de las iglesias que iban sonando al unísono a gloria. Algo precioso que lamentablemente nuestros hijos y nietos no han tenido el privilegio de escuchar tanta algarabía.

De nuevo voy acabando el papel y nada he dicho de la cantidad de mujeres que iban al taller de la calle de Santa Catalina en busca de cadenas. No voy a dar nombres, pero las había de muy conocidas, incluso alguna señora de "lloc", precisamente una de ellas después de encadenarse con cantidad de kilos, cubría su cuerpo con un traje de "caraputxo", pasando desapercibida por todos. Al paso de la procesión se te encogía el corazón al ir escuchando el 'tracatrac' del metal al contacto con el empedrado. Algunas, debido al excesivo peso, apenas podían con ellas. Otras las escondían en su cuerpo, com sa senyora de lloc, las hubo que las arrastraron pendiendo de su cintura, incluso nuestro vecino el doctor Doménech explicó a mi padre que debió curar junto a su esposa doña Carmen a una mujer que sufría enormes úlceras. Me imagino que muy apuradas debieron estar para hacer esta clase de promesas.

Nada tiene que ver la procesión del Santo Entierro actual, ahora tan lujoso, cantidad de luz y griterío por las calles. Antes a penas un punto de claridad de esquina a esquina y un silencio sepulcral. Aquel rastreo de ses dones enlutadas con su cara cubierta por mantones de luto, sufriendo el encadenado, hoy se han cambiado por elegantes chulonas de altos tacones. Menudo cambio.

Los pasos de antaño, con cuatro florecillas, hoy compitiendo con exuberantes ramos que cuestan un potosí, cuando todos sabemos de las necesidades existentes de miles de familias. Mientras para esta servidora el mayor cambio se encuentra en haber perdido por el camino de la vida, aquellos que me enseñaron a respetar el paso de la comitiva primero en la calle de Isabel II, donde vivían los suegros de mi padrino, en Paco de Sa Sínia des Moret, y a mi familia adoptiva, los Valverde, en la calle del Horno, junto a mis padres, el abuelo Diego y su gran familia. Para todos ellos, mi recuerdo, mis flores y mis oraciones de cuaresma.
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margarita.caules@gmail.com