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La plaza "Leidseplein" es uno de los puntos más animados de Ámsterdam. Si te sientas en una de sus terrazas con una pinta de "Heineken" en la mano, dispones de un magnífico punto de observación del espíritu liberal y calvinista que transmite la ciudad holandesa más emblemática. En uno de los locales de aquella plaza conocí una noche, hace ya cuatro décadas, a Jack Daniels. Fue durante mi primer viaje a Ámsterdam a comienzos de los años setenta. El caballero, un yanqui procedente de Tennessee (USA), un desconocido en la España de aquel tiempo, me fue presentado por una atractiva desconocida que, aunque con cautela, me recomendó su amistad. Antes ya había visto a este súbdito norteamericano fotografiado en una de las contraportadas de un disco de los Stones: Keith Richards le daba la mano de forma amistosa mientras el músico, pensativo, descansaba después de una actuación. La incipiente amistad con ese "amigo americano" la consolidé aquella misma noche en otro local a escasos metros del centro de Leidseplein: en el Paradiso, uno de las salas de conciertos de rock más emblemáticas de toda Europa. Aquella "soirée" actuaban los dos músicos que habían conformado las dos terceras partes de la "Jimi Hendrix Experience" (Noel Redding, bajista, y Mitch Mitchell, batería) que habían acompañado al gran músico de Seattle en todos sus discos oficiales hasta su fallecimiento en 1969.

Pero después de aquella noche mi amistad con "Jack" duró un tiempo tasado. Como en tantas pasiones humanas, después de la ebullición inicial, pronto se secó. "Temps eren temps". Algunos dicen que el "bourbon" americano es mucho más duro que el malta escocés. Su nombre es un homenaje a la dinastía de los Borbones franceses que ayudaron a los americanos en la Guerra de la Independencia contra Gran Bretaña. El "Jack Daniels" es uno de los "bourbons" más conocidos. De sabor acaramelado y ahumado envejece en barril de roble blanco americano durante unos 5 años. Muchos escritores "beat" americanos aseguraron que la resaca del "bourbon" es más delictiva que la del whisky de malta aunque, añado yo, todo depende naturalmente de la calidad de las marcas.

Ciertas bebidas definen y/o recuerdan a un país y a una cultura concreta. Por ejemplo el vodka ruso recuerda a Tolstói, a Rimsky, a la Perestroika y a "las rusas" (¡esas criaturas tremendas!)… el Pernod y el "cassis" francés a la "Légion Étrangère", al "Chocolate" de Juliette Binoche y a Depardieu,... el "schnapps" a la Hansa de Hamburgo y la cerveza bávara al Bayern, a las salchichas y a Corinna y sus "entrañables amistades". La Grappa y el Sambuca (siempre servido con "mosca", naturalmente) a la Italia del Duce, al Inter, a Celentano y a Berlusconi con sus dulces "velinas".

El whisky de malta escocés recuerda a Rod Stewart, al Celtic y al "kilt" (la falda escocesa)… y el "bourbon" americano al blues, al soul, a los labios de Angelina Jolie y a la época de la prohibición. Dicen que aquí, en Menorca, nos define la pomada y su hermana mayor la ginebra menorquina. A España se la identifica con la sangría, esa bebida inseparable de la paella y del arte taurino. Pero surge la inquietud ¿Qué bebida remite a Catalunya? ¿El cava? Pero ¿no es el cava una simple copia barata y gaseosa de una bebida maravillosa y cara producida en la región francesa de "la Champagne"? Todos los turistas que visitan Barcelona comen y beben paella y sangría a saco. ¡Véanlo en el Set Portes! La Generalitat debería de autoreafirmarse inventando una nueva seña líquido-gastronómica o llegará a tener un problema identitario aun mayor que el déficit que, con saña, ha conseguido crear.

Nota: Que una parte de los menorquines sean contrarios a que las playas desurbanizadas (aunque saturadas e infectadas de gente en verano) dispongan de una mínima higiene y de unos servicios esenciales muestra la enfermedad de criterio que atosiga a muchos en Menorca. Sin duda nos merecemos la pobreza de que disfrutamos. ¿Quién ha conformado el "think-tank" de esos menorquines?