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Lo vengo comprobando desde hace ya unos años: los jóvenes que atienden en las barras no saben lo que es un "Cuba Libre". Desconocen que es la equilibrada combinación de ron y Coca-Cola adobada con una rodaja de limón y servida en vaso largo con no más de tres cubitos de hielo. También deben desconocer que la primera mezcla de ron y la cola la propició un inmigrante catalán llamado Bacardí que, llegado a Cuba, donó su propio nombre a aquel licor tradicional caribeño. Estos jóvenes no son por tanto ni expertos en coctelería ni conocedores de historia ya que seguramente también ignoran el simbolismo de la denominación de ese "cocktail" que está referida a un determinado momento de la historia cubana del pasado siglo. Una pena.

Una vez, en un viaje a Nueva York, visité la sede de la ONU. En su sala de sesiones recordé la imagen de Kruschev martilleando su pupitre con un zapato en protesta por la política norteamericana de la época. Aquel enfrentamiento entre las dos superpotencias llegó a su cenit con la instalación de varios misiles soviéticos en Cuba que conllevó después el consiguiente bloqueo marítimo norteamericano.

En aquella visita también recordé cuando en las Escuelas Pías de Barcelona los Hermanos escolapios nos informaron que en aquellos días, a principios de los sesenta, "el mundo estaba viviendo momentos de gran tensión que podían desembocar en una tercera guerra mundial". Fueron los tiempos de la "crisis de los misiles". Pero fue la firme postura de Kennedy ante las armas soviéticas que desde Cuba, amenazaban a las ciudades americanas lo que, precisamente, evitó una nueva confrontación mundial (hay teorías que dicen que por eso asesinaron a Kennedy: por haber impedido el gran negocio de la guerra). Otras actitudes más timoratas del presidente norteamericano hubiesen envalentonado aún más a los soviéticos y la cosa hubiese acabado muy mal.

Sin firmeza y valentía no se puede gobernar porque al final cualquier crisis empeora y estalla precisamente por no haberla sabido obturar a tiempo. Lo vemos hoy en España. Antes de las pasadas elecciones el PP aseguró que pondrían en vereda a la representación de las comunidades autónomas en el extranjero. Pero como ya es habitual en el PP "donde dije digo, digo Diego". El Ministro de Asuntos Exteriores ha anunciado ahora que, más allá de unos pequeños gestos de maquillaje, este Gobierno no intervendrá de forma decidida en las demostraciones de independencia exterior que quieran tener las comunidades autónomas españolas.

Cualquier ciudadano medianamente conocedor de la realidad global puede entender que todas las relaciones exteriores de un país deben estar unificadas y representadas por el gobierno central para cosechar mejores resultados. Incluso Europa lo intenta. Por ejemplo, nadie con un dedo en la frente concibe que las economías de los "länders" alemanes tengan diferentes oficinas de promoción exterior, ni que las tengan las regiones de Francia ni tampoco las provincias italianas, etc. Nadie, más allá de alguna promoción turística específica, concibe que l'Alsace, la Lombardia, el Piamonte, el Rhur, etc. actúen como entes políticos propios.

Lo de las comunidades autónomas ha ido demasiado lejos. Es urgente ya parar tanto despropósito. Pero lamentablemente España sufre hoy un Gobierno débil y acomplejado.
Ni tan sólo quiere ver como se está fraguando un "coup d' êtat" secesionista, un nuevo 23-F nacionalista. ¿Cómo el PP acepta doblegarse ante los nacionalismos periféricos cuando tiene una abrumadora mayoría absoluta? Pues por una falta de firmeza ideológica. Por un "tacticismo" cobarde siempre ubicado en el cálculo y en la conveniencia para sus políticos profesionales que les empuja a incumplir sistemáticamente sus promesas.

La firmeza de Kennedy ante la amenaza soviética evitó una guerra. Ahora, la falta de decisión y valentía del Gobierno Rajoy ayuda a fortalecer los problemas a la espera de su explosión final. Una desgracia.