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Con mucha amabilidad me pide el director del periódico una rápida opinión sobre el Papa que ayer fue anunciado al mundo entero. Había una gran expectación por el resultado de la elección. Muchos medios de comunicación habían desplazado a Roma a sus corresponsales para informar de forma inmediata del acontecimiento a todos sus lectores. Y parece que no ha defraudado el nombre que el Espíritu Santo ha dado a su Iglesia en estos momentos valiéndose de la voluntad y el cariño de los 115 cardenales que han participado en el Cónclave. Se llama desde su bautismo Jorge Mario Bergoglio y ha tomado el nombre de FRANCISCO. Ha regido hasta ahora la gran diócesis de Buenos Aires en Argentina y ha mostrado siempre una gran cercanía y una ilimitada dedicación al Pueblo de Dios que se le había encomendado.

Como podéis comprender sólo tengo palabras de gratitud a Dios por el regalo del Santo Padre que ahora comienza su ministerio de comunión y amor para con todos los miembros de la Iglesia: obispos, presbíteros y laicos. Por ello os pido a todos que manifestéis también vuestro agradecimiento por esta nueva vida a nuestro servicio. Es una sensación similar a la que tuve cuando en estas mismas páginas vertí mi opinión sobre la renuncia del papa Benedicto XVI. La convicción de los católicos de que la vida de la Iglesia es guiada por Jesucristo, que no la abandona nunca, y que los miembros de la misma se muestran siempre confiados en los designios divinos. Esta actitud de confianza plena en el Dios de la historia es una característica de todo cristiano reconociendo, a su vez, las limitaciones y pecados de las personas que encarnan las distintas funciones y responsabilidades dentro de la Iglesia.

Además de la gratitud, está presente en mi interior la admiración y el reconocimiento a una vida entregada al servicio de la comunidad eclesial en los diversos encargos pastorales. También, por supuesto, la obediencia desde hoy a sus orientaciones para continuar trabajando por la comunión de la Iglesia y por el anuncio entusiasta del evangelio al mundo de hoy. En este sentido debo manifestar, en nombre de toda nuestra diócesis, la alegría por su rápida elección, la adhesión a su persona y la colaboración con las tareas que el Señor le ha encargado. Ningún católico de Menorca olvidará nunca en sus oraciones la figura de este nuevo pastor que, a partir de ahora, se hará familiar y entrañable en los hogares y en las parroquias. Ayer, a los pocos minutos de anunciarse su elección, nos pedía desde la Plaza de San Pedro que rezáramos por él mismo. Lo veremos en las fotos y lo nombraremos en nuestras celebraciones. Como ha ocurrido con los anteriores papas su rostro se incorporará a nuestro horizonte de referencias y cada uno de nosotros querrá cumplir con las primeras palabras suyas: que a través de su ministerio nos encontremos con Jesucristo y construyamos una gran hermandad.

Otra consideración me sugiere este acontecimiento que desearía compartir con todos vosotros y que tiene una valoración ambivalente. Durante el último mes la Iglesia ha estado en el centro de todos los noticiarios del mundo debido a los tres momentos que se han vivido en este proceso sucesorio: renuncia del papa Benedicto XVI, reunión de cardenales y cónclave y, por último, anuncio del nombre del nuevo Santo Padre. Miles de periodistas se han trasladado a Roma para conocer e informar de todos los detalles; muchos conciudadanos no creyentes y de otras confesiones han seguido con atención y curiosidad este proceso; centenares de artículos y opiniones en prensa escrita y en las ondas y pantallas de televisión. Todos han mostrado su parecer y han querido trasladar sus preferencias y sus valoraciones. Y ello parece positivo. Seguramente lo es para millones de católicos. Pero existe una parte negativa que se centra en la acritud de las críticas a los distintos procedimientos empleados en esos tres momentos, en la minusvaloración de la propia Iglesia como institución de clara relevancia pública o en la reducción a elementos circunstanciales no ajustados a la enseñanza de Jesús, hablando de intrigas, ansias de poder o divisiones partidarias, cuando no ridiculizando a haciendo befa de lo más sagrado de la historia de la comunidad eclesial.

La imagen del nuevo Papa que aparecía en las pantallas de las televisiones de todo el mundo, pidiendo oraciones a Dios y deseando fraternidad entre todos los seres humanos, rompe los esquemas y prejuicios que algunos se empeñan en mostrar en los distintos pastores de la Iglesia. Mostraba una gran ternura en sus palabras y un respeto infinito en sus gestos.

Desearía que quedara en vuestra retina las imágenes de alegría de tantas personas que han vivido en directo esta circunstancia excepcional. Se han desplazado a la Plaza de San Pedro para mostrar al mundo entero la felicidad y el orgullo de sentirse miembros de esta Iglesia de Jesucristo. Nosotros, desde aquí, participamos de estos mismos sentimientos y queremos que nuestras actuaciones ayuden a aumentar la fe, la esperanza y la caridad de cada uno y de nuestros semejantes.

Es la mirada a la nueva evangelización a la que hemos sido convocados por el Papa para llegar a los últimos confines de la tierra en este Año de la Fe que nos permite incrementar nuestra cercanía y encuentro con el Señor. Aludía él mismo a la lejanía de su Argentina desde el centro, llamado así, de la Iglesia en Roma

Gracias, Santidad FRANCISCO I, por su vida y su ministerio.