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Los ayuntamientos, con telarañas en el cajón del dinero, están fijando tasas por el uso de sus salones de plenos como lugares de ceremonias y empiezan a recaudar por la moda de celebrar bodas civiles en las casas consistoriales. Casarse, una decisión que ya entraña ciertos riesgos y en la que pesa el calor de los sentimientos, se está volviendo algo cada vez más frío, tanto que ahora las competencias del 'sí quiero' fuera del ámbito religioso van a pasar de los juzgados a manos de los notarios.

El Gobierno estima que ahorrará millones de euros con ese traspaso, según el primer borrador de la Ley de Reforma de los Registros, y los novios en lugar de sellar su amor gratis delante del juez, lo harán en un acto notarial. No al precio de escriturar una vivienda, claro, pero contribuirán, con unos 90 o 100 euros, a mantener la actividad y ese bullicio que existía en las salas de espera de las notarías cuando las parejas, entre felices e impresionadas por el papeleo, hacían cola para firmar un lazo incluso más férreo que el anillo: la hipoteca.

Eran tiempos de amor a primera vista con la casa de tus sueños y de burbujas, pero inmobiliarias. Uniones con los bancos que, como se ha visto en algunos casos, no hay mano divina o humana ni divorcio express que las pueda separar.

Será que peco de clásica, pero la idea de una boda delante del mismo señor que me lee una escritura o me redacta el testamento acaba de liquidar cualquier resto de romanticismo que quedara en todo este asunto.