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Estamos en pleno periodo de la Cuaresma y pronto vendrá la Semana Santa, según la tradición cristiana. Ser cristiano, en todas sus modalidades, incluida la católica, es seguir a Cristo, pobre, crucificado y resucitado. Es un misterio de fe que, en principio, solo para el creyente tiene un sentido vital, que le sirve de norte para su vida, en el contexto del mundo en que nos toca vivir.

Especialmente en estos tiempos de resurgimiento de un laicismo beligerante y en negativo que considera lo antirreligioso como una marca "progresista" y el culto a lo divino como algo "retrógrado y profundamente conservador".

Hoy en día todo se politiza, desgraciadamente, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Recuerdo como en la década de los 70 y, a principios de los 80, se puso como tema a debatir la relación existente entre cristianismo y socialismo, potenciado por la archiconocida Teología de la Liberación. Entre otras afirmaciones discutibles se llegó a afirmar, por parte de algunos teólogos, que el marxismo tenía conexiones ideológicas con el Evangelio e, incluso, que Jesús podía ser el prototipo del revolucionario de clase, una especie de "comunista" de la época antigua. No fue un tema baladí ya que, especialmente en el seno de la inteligencia europea y, sobre todo, en el contexto histórico de la América Latina convulsa de entonces, este discurso tuvo una resonancia muy importante, con una proyección social incuestionable.

No voy a entrar en cuestiones teológicas. Soy de la opinión que la figura del Jesús histórico, el hombre en dónde el misterio de la Encarnación se cuajó, está todavía muy poco investigado. Es de común conocimiento por todos, tanto por eruditos como por los más profanos en la materia, que Jesús no escribió nada de su propio puño, ni dejó documentos escritos sobre su pensamiento, obra y vida. La que sí está acreditada es su muerte en la cruz, evento relatado por los textos de historiadores de la época. Cristo, por lo tanto, murió en la cruz.

Últimamente he conocido la existencia de el Cristo de la Síndone, que el imaginero Miñarro hizo para la hermandad Universitaria de Córdoba. Se trata de una imagen que refleja el tremendo castigo sufrido por Jesús , con sus heridas, los coágulos de sangre, los ciento veinte latigazos con el látigo con sus tiras de nervio terminadas en bolas de plomo, el rostro hinchado, la nariz rota, las lágrimas en los ojos al expirar, la sangre en la boca, con la lengua seca, la lanzada en el costado, las rodillas desgarradas, el vientre inflado debido a la muerte por asfixia; es una imagen del Jesús crucificado realizada según los datos tridimensionales obtenidos de la Sábana Santa, con múltiples detalles científicos y de la medicina forense de cómo, el hombre de la misma, fue objeto de tortura, lesiones y muerte. Es una imagen terrible pero, a la vez, extremadamente realista, muy humana, sobre Cristo. Resulta conmovedora la contemplación, de cómo fue, en realidad, una muerte de cruz para el Jesús hombre.

Es el Jesús de la humanidad. El Cristo humanizado. El hombre en su terrible abandono.
Contemplando la imagen del Cristo de la Síndone, la pregunta no es si fue comunista, socialista, liberal o conservador; si fue un revolucionario u otra cosa. El interrogante principal es cómo se puede llegar, por parte de la humanidad, la de hace dos mil años pero, también, la de ahora, a cometer tantos actos bárbaros contra sus propios semejantes, muchas veces en defensa de presuntos ideales superiores. Y, desde esta perspectiva, la única respuesta reside en la semblanza de la víctima, en los ojos agónicos del, conocido, como Hijo del Hombre, del ser humano más profundamente humano que ha existido en la historia.

Por lo tanto, contemplando, con ojos abiertos y sinceros, la imagen de este Cristo-hombre, podemos, muy posiblemente, acercarnos, durante breves instantes, a la trascendencia de nosotros mismos, a darnos una respuesta a nuestras vidas, penalidades y sufrimientos. En esto reside mi fe y mi esperanza. Y, con todo el respeto a las creencias o no creencias de los demás, considero que puede ser también de utilidad a todo el mundo, porque, en resumidas cuentas, el hombre que está clavado en la cruz, es patrimonio de toda la humanidad, la de ahora y la de todos los tiempos. Su vista no deja indiferente a nadie.