Rafael Truyol, navegando con su barca (Fotografías cedidas por sus hijas)

TW
0

Diez meses atrás, cuando falleció Rafael Truyol, no le dediqué unas líneas, a pesar de habernos unido una buena amistad, de haberlo sentido y conocido toda la vida. Resulta imposible el poder satisfacer a todas mis amistades y conocidos, principalmente en lo que llevamos de año en que son muchísimas las personas que han subido al cielo.
Hace unos días fueron sus hijas las que me propusieron esta especie de homenaje, sin pretensión alguna, tan solo un recuerdo profundo y sincero a la persona querida y admirada. Truyol, amén de ser humilde e innovador, trabajo en varias facetas, todas ellas muy interesantes.

Rafael Truyol (17-6-1928 / 23-6-2012), hijo de Pedro y Rosa, vecinos de la calle de Rector Panedas, 11, creció al igual que los niños de aquel Mahón jugando en la calle. Con un vecindario muy peculiar, albañiles, la espartería a la vez que cordelería Ca'n Monjo, actual Escudero, frente a la parada de coches de punt, los que viajaban a los distintos pueblos de la Isla, los mismos que invitaban a los chiquillos a subirse a la estrecha escalerilla que subía a lo alto, donde se depositaban los equipajes. Constantemente se les regañaba para que no cometieran aquella temeridad por su peligrosidad, mas ellos continuaban impasibles, tan pronto como el coche arrancaba hasta llegar frente a la iglesia de San Antonio, esquina con la calle del mismo nombre, vecina de la herrería de Ca'n Marc. Se escuchaban las risas des pillastres, mientras las mujeres les iban regañando. Aquel mismo grupo de chavales todas las mañanas iba a la escuela, mientras por las tardes acudían a algún taller, donde los niños se dedicaban a hacer recados, barriendo y sintiéndose útiles e incluso aprendiendo la base de un oficio para el día de mañana. Así era el mundo infantil, entre recado y recado, algún pelotazo a una pelota de trapo y poco más.
Rafael con ocho años, tuvo que enfrentarse con lo que representaba la guerra, ello hizo que madurara mucho más aprisa. Años más tarde recordaba aquel sufrimiento vivido, el silbido de las sirenas a modo de anunciadoras de posibles bombardeos, de cómo corría con su madre y alguna vecina camino del refugio más cercano, le imponía contemplar los escombros por las calles y el sobrecogimiento al observar los montones de imágenes y utensilios usados en la iglesia de San Francisco, a la que por su cercanía acudía con su madre viendo como ella lloraba al ver tanta profanación.

Hubo un tiempo en que el cabeza de familia se vio entre rejas, mientras Rafael se sentía responsable de su madre y sus dos hermanos, Gerardo y Antoñita. En toda su vida terrenal le acompaño el amor a la familia.

A medida que se iba volviendo un chico mayor iba trabajando de aprendiz en una carpintería de las muchas que se encontraban en aquel Mahón, montaje de muebles nuevos, estantes, arreglos varios, sabiendo hacer todo cuanto se debía saber en el oficio.
Tanto, que incluso se atrevió a ponerse de aprendiz en el taller de ribera de Juan Petrus Marqués. Si bien parece ser que fue por un periodo de tiempo muy corto.

Muy cerca de su casa, al salir se dirigía a la parroquia de San Francisco ayudando en las tareas de monaguillo, ataviado con el traje rojo y su blusón blanco, obteniendo el beneplácito del Reverendo don Jaime Cots, quien le enseñó a servir la misa. Fueron amigos hasta el final de sus días. No me extraña, Rafael Truyol siempre tan complaciente.
Otra de sus grandes aficiones era bajar al puerto, en la Colarsega, con su perol que iba llenando, al igual que sus amigos, de "corns", "escupinyes" y "nacres". Otra de las modalidades era la captura de pulpos y sepias. Llegando a su casa con griterío, avisando a su madre de tantas capturas. Era molt bon al·lot.

Vivió el derrumbe de la muralla del puente de San Roque, "na mena curta", con sus casas, la unión de la calle Bastión con la plaza del mismo nombre, la remodelación de la misma.
La vida paso, se convirtió en un hombre y el 15 de diciembre de 1956, se casó con su novia, la de toda la vida, Nini Fiol Gomila, vecina de la barriada, pasando a vivir al carrer Fred 4. La pareja montó la casa con toda clase de detalles, las ideas de Nini junto a Rafael tan habilidoso, no se hicieron esperar. En aquellos momentos muchos paisanos fueron a trabajar a Alemania, la mayoría en el ramo de la construcción, Rafael se despidió de su esposa y Lina, la primera hija del matrimonio, dirigiéndose a Oberderdingen, trabajando en una carpintería mecánica, algo muy novedoso, que al regresar tras pasar dos años en aquel bucólico lugar con su mujer y su pequeña, no dudó en poner en marcha.
La época era propicia, iniciándose las primeras urbanizaciones. S'Algar, Punta Prima, Binibèquer y Cala en Porter, conocedores del nuevo método de carpintería, le iban confiando los encargos. Según sus hijas, Lina y Carmen, también recuerdan los primeros pisos de la calle José María Quadrado, Duque de Crillón, entre otras, mientras iban pasando, su padre les mostraba parte de su trabajo, contento de su realización.

Disponía de taller en el Anden de Poniente 30, conocido durante muchos años por "es magatzem d'en Tudurí". Con el transcurso de los años lo compro, montando una pequeña industria de bisutería y objetos de regalo, entre ellos el toledín. Sufriendo un espectacular incendio, del que no hubo que lamentar víctimas.

Rafael Truyol, llevaba en mente el construir embarcaciones de fibra, nada que ver con las nuestras, los populares "llaüts", lo suyo las de proa lanzada, huyendo de la madera, siempre pesadas y poco manejables. Con la amura afinada, esta clase de proa lanzada, actualmente es muy usada, si bien en pasados siglos fueron famosos por ser los preferidos para lucir emblemáticos mascarones de proa.

La empresa, fue conocida por Astilleros Truyol, en un folleto publicitario se puede leer: Único en el mercado con auténtica proa lanzada realizado en poliéster. Al que bautizó, como Avansat

Seleccionado por el Club Marítimo de Mahón con el diseño más apropiado para resolver cualquier situación de peligro.

Eslora 6'93.
Manga 2'34.
Puntal 0'59.
Altura cabina 1'80.
Total 35 palmos.

En 1983, los precios oscilaban desde cien mil a un millón de pesetas. Al contrario de lo que podría creerse, las embarcaciones de madera, cien por cien artesanas, su coste era elevadísimo, pero en comparación, mucho más las de fibra, debido a los productos usados para su construcción llamémosle plástica, elevando su coste.

Imposible el conocer la cantidad de embarcaciones y sus medidas que llegó a ejecutar, no obstante sus hijas tienen la certeza de que realizo el bote para el Club Marítimo, llegando a hacer una veintena de las mismas. Entre ellas la que disfrutaba con su familia en el Port d'Addaia. Pescador consumado, sabía cuantos secretos conocen la gente del mar, a la que se adentraba siempre que le era posible.
–––
margarita.caules@gmail.com