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15-III-13
Si convenimos en que la diferencia entre los viejos y los jóvenes radica en que los jóvenes todavía creen en el concepto de madurez, como afirma el profesor de teoría cultural Terry Eagleton, no me extraña nada que, a medida que cumplo años, unos cuantos ya, aumenten galopantemente mis dudas sobre casi todo, y sobre todo sobre lo que antes parecía tener meridianamente claro. Como el asunto de los chiringuitos playeros en playas vírgenes en el que pronunciaba el ¡Vade retro, Satanás!, ante cualquier intento de urbanizar mínimamente lugares sagrados, como me había enseñado mi padre, partidario incluso de la voladura controlada de algunos hoteles violadores.

Antes de tomar conciencia de la necesidad insoslayable del turismo para la subsistencia de la isla, empecé a darme cuenta de que me encantaba ir a nadar a Binibeca y quedarme en Los Bucaneros a comer con la familia Moysi; luego, uno de los mejores días del año era el de la excursión con los niños a Macarella, donde nos encantaba a los cuatro comer en aquel magnífico, sombreado y nada estridente chiringuito. Influye en ello mi nula querencia biológica por ese atentado gastronómico que es "comer de bocadillos", sobre todo si se acompañan de rebozado de arena y se aligeran con agua u ¡horror!, cerveza tibia (en eso uno no es nada anglófilo).

Así que mi hasta entonces insobornable moral puritana en lo que hace referencia a las playas vírgenes, empezó a trastabillar peligrosamente y ahora, ante el dilema expuesto en las páginas de Es Diari, me abismo en profundas cogitaciones: ¿Chiringuitos sí, chiringuitos, no? Pues, depende, diría a día de hoy. Un establecimiento (uno solo y bajo rigurosa disciplina urbanística), discreto, integrado en el paisaje, con periódicos del día, me parecería bien, podría ser un valor añadido para los muchos que, aun adorando nuestras calas, odiamos las micciones incontroladas en medio marino, la cultura del bocadillo, la ausencia de prensa, y las garrapatas. Cómodamente instalados en la terraza, descansaríamos, con una cerveza helada en la mano, después de la excursión a Trebaluger, convertida, por su difícil acceso, en reserva virginal de la isla, vigilaríamos a nuestros nietos y trataríamos de aplacar con una sonrisa la furia de los antepasados y la de los dispensadores de etiquetas políticas, porque vamos a ver… ¿Sería entonces un neo progresista destructor del paisaje, un conservador eco proteccionista o un retroprogre que no sabe lo que quiere?

16-III-13
Hablaba de la madurez que nunca llega, seguimos siendo bebés asustados dando manotazos en el aire. La única diferencia con décadas anteriores es la sensación compartida de que ya no tienes tiempo de aplazar proyectos. Lo hablamos con un coetáneo en la terraza del Mirador d'es Port (después de haber pasado revista de achaques propios y de amigos comunes), mientras en su interior un cantante ofrece su recital (concierto le llamarían hoy, supongo). Y decidimos recortar nuestro presupuesto de aquí y de allá y concedernos una escapada. Mi amigo, más osado, propone África o China, el dietarista prefiere un viaje fluvial, mucho más burgués, por el Rhin. Cuestión de talantes, arriscado el suyo, conservador el mío, como decíamos ayer.

Cambio de tercio en la tarde sabatina: Hablamos mucho de la marca España, una de las muchas boutades ( bajanadas, decimos por aquí) producidas por la contaminación del lenguaje político por el económico-empresarial. Ni marcas ni mandangas. Un país ha de ser serio, con instituciones fiables, cumplimiento de normas y seguridad jurídica como base principal de confianza para los inversores. ¿Y cómo nos van a tomar en serio si cada dos por tres las instituciones jurídicas europeas tiene que tumbar normas legislativas españolas? Acaba de ocurrir con la legislación sobre desahucios, pero es que puede que nos caiga otro varapalo con la llamada doctrina Parot, pensada para prolongar las penas a los presos etarras y que parece contravenir un principio jurídico esencial: "Nadie podrá recibir una pena más elevada que la que era aplicable en el momento de su ejecución". Aunque a todos nos repatee las tripas la liberación de determinados delincuentes, lo que no se puede es tirar por la calle de en medio, legislar con escaso escrúpulo y con retroactividad. Sería otro cachete tremendo en la dichosa marca España.

17-III-13
Una sonrisa dominical para sortear la depre. Y es que según una leyenda medieval que cuenta Manuel Rodríguez Rivero en Babelia, la papisa Juana se habría hecho pasar por hombre para acceder a los sucesivos cargos eclesiales hasta lo más alto. Tras el descubrimiento de la impostora, y el consiguiente escándalo, se decidió que cada nuevo Papa se sometiera a un test de virilidad: un diácono era el encargado de proceder al "palpado" de los genitales del electo mientras este permanecía sentado en la sedia stercoraria, convenientemente provista de un hueco circular en la parte correspondiente de las posaderas. Si la prueba resultaba positiva, la fórmula empleada era, según la leyenda, duos habet et bene pendentes (tiene dos y cuelgan bien) a lo que los presentes debían contestar Deo Gratias.

18-III-13
Una inyección de optimismo en tiempos revueltos: Rafa Nadal ha vuelto. Y más que nunca es un ejemplo de superación, que eso sí es bueno para la marca España. Salud, muchacho, que lo demás ya lo pones tú a manos llenas.

19-III-13
Protesta vecinal en San Luis por los vertidos del dragado del puerto de Mahón. Escribe Ponç Pons en Es Diari con mucho tino sobre una de las pocas evidencias incontrovertibles de nuestra época: la verdad científica. Escuchemos a los científicos y decidamos después, aunque el sentido común alerta contra el vertido sin descontaminación previa.