Instantánea que recoge a Bea E., de Huesca, Bea R., de Madrid, Marola Mercadal y Sara, de Jaén. Gozando entre fogones de una mañana primaveral. (Fotografía de Paca Gomila Mercadal)

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En Semana Santa, aun siendo fría, tal vez por lo que ya expliqué, motivado por el cambio de vestimenta, se hace caso omiso a las mayores con su sabiduría popular: Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. Se unía a la meteorología Eolo, haciendo volar faldas per amunt animando a los del sexo fuerte no perdessin calada i anassin a l'aguait. Pues sí que era ventoso, tanto que hacía sufrir a los responsables de las cofradías. Como dice mi amigo mayor el de grandes surcos en manos y cara, este cambio de temperatura viene propiciado por los cambios propios que siempre conlleva la primavera. No me olvido del nefasto llebeig, ni el poniente, el que tanto tormento daba a los empleados de Transportes Militares.

El ir a la fortaleza de La Mola no era moco de pavo. Claro que las condiciones eran muy buenas, una semana de trabajo y otra de descanso y trescientas treinta y cinco pesetas cada mes, de las cuales veintinueve correspondían a repartir entre mi madre y yo. Menos mal que los tres nos queríamos mucho y repartíamos a partes iguales, un día comía Gori, otro mi madre y al tercero me llegaba el turno. Aquel sobre de color azulón algo descolorido, era entregado cada primero de mes por el encargado de pagaduría, o en su caso por Juan Calderón, esposo de Rosita Abril, la que tenía la zapatería y espartería en la cuesta Deyá, pared medianera con el Banco Hispano Americano, el primero en llegar a Mahón. Anteriormente, a principios del siglo pasado fue una de estas chocolaterías que a mi tanto me gustan, al estilo vienés.

Los jóvenes deben saber que Mahón no siempre estuvo tan destartalado como lo esta ahora, ni tan pobre y vació de actividad, chafaron su movimiento al dar permiso para abrir tantos bancos en el centro, logrando que se convirtiera en desierto, cuando lo que se precisaban eran buenos y afamados locales para tertulias, chocolaterías con buenos precios, que no te cobren por una taza que no cabe ni doscientos de leche y una cucharada de chocolate tres euros, a esto le llamo yo un robo a mano armada. Y si le deposita sobre el espeso liquido, una cucharada de nata, ni les cuento.

Una lástima, lo he repetido hasta el aburrimiento, no se tuvo en cuanta al pueblo, pero sí en la especulación. Los propietarios de las viviendas hicieron el agosto en pleno invierno. Hoy somos muchos los que nos lamentamos, de que no haya un lugar digno y, cuando digo digno, me refiero que abran cada día, sábados, domingos y fiestas de guardar, en que se pueda charlar, pasar el rato con precios acordes. Como antes, cuando desconocíamos la tarjeta de plástico, se echaba la mano a la billetera o al monedero , de poderse gastar un duro se hacía y si en vez de cinco pesetas no llegabas más que a cuatro 'pelas', felices y contentos.

Mahón, tuvo sus buenos tiempos de espléndidas cafeterías, heladerías, restaurantes al alcance de todos y para todos los bolsillos, pastelerías muy exquisitas, como dicen por ahí. Lo que sucede es que vivimos en un mundo de avances tecnológicos, mucha máquina para lavar, para fregar los platos, secadoras, robots, aspiradoras, planchas mágicas que sin tocar la prenda queda sin arrugas; pero por el camino hemos ido dejando otra clase de avances, como el poder salir todos juntos, la familia unida sin pasar vergüenza de que la juventud acompañe a sus abuelos, padres, tíos y "ties manllevades". Había espacio para todos sin miedo al ridículo, es hoy que las mocitas con sus cinturas al aire a pesar que haga un frío que pela y los muchachos con sus escandalosos pantalones haciéndoles un culot espantós, tiran por su cuenta temerosos de ser vistos junto a los mayores.

En aquel Mahón, y no me refiero al de la canción, porque tendría que nombrar el puerto y paso de ello, considerándolo perdido por culpa de los nefastos políticos que hemos tenido, la mala suerte de topar estos años anteriores, llámenle Triay, Saltamontes o Gomilota, el que iba al Dineret aguantando como los señores "de lloc s'enfotien d'ell".

Al decir que hemos perdido muchas sábanas, que era como antes decían "llençols", también se ha notado en la Semana Santa, echas a faltar algo esencial para esta servidora y seguramente conmigo muchos más. No hemos escuchado algo tan crucial como recomendar la penitencia. Por lo visto se ha quedado por el camino de los recuerdos y es que en mi infancia y juventud, aquella semana de silencios, de 'escatimar' cosas superfluas como podría ser un buen postre, intentando ofrecer el sacrificio al buen Jesús de Nazaret, el que estaba padeciendo las humillaciones de un pueblo enfervorizado recibiéndolo con ramos y palmas, había dado la vuelta a la moneda y lo iban a clavar en una cruz, en un madero. Como dice el fielatero, han pasado muchos siglos pero la cosa sigue tal cual, los hombres no han cambiado.

Estas cosas y muchas más las fui pensando al paso de la procesión, una decepción observar el paso del entierro con tantos ruidos, los de la calle, la gente riéndose y charlando con un tono elevadísimo, al llevar el aparato en las orejas escuchando música no se enteran de lo que se les dice. Un exceso de tambores, confundiéndose unos con los otros, lo que si fue espectacular y para aplaudir fue la banda de música y sus escogidos temas. Igualmente el grupo de ingleses, que son una passada.

Por cierto, la cofradía que siempre había sido la menos participativa, la del Sepulcro, en estos momentos es la que más ha crecido, repleta de chicos y chicas en edad de crecer, un éxito.

Mientras, nuestras calles se encontraban sumergidas en una excesiva oscuridad, muchos creían que se trataba de un apagón de Gesa, incluso una señora en la calle Isabel II sufrió una aparatosa caída, espero que esté restablecida. Resultaba muy difícil caminar, no sabías donde ponías los pies, con la particularidad de que nuestras calles se encuentran en fase de falta de asfalto o de un buen adoquinado. Antes también estaba oscuro, pero era diferente se mantenían encendidas las farolas de las esquinas, mientras que este viernes, era fosca total.

De regreso, al pasar por una de estas barriadas de estrechas callejuelas, también incluida en el programa de fosca negra, nos asaltó un perfume embriagador, procedente de una de las ventanas que daba al exterior, mezcla de empanadas, "crespells", "coques- rois", las típicas de requesón al estilo de Ciutadella, fue imposible olvidarnos de aquellos hornos que tanto trabajaban llegada la Pascua de Resurrección, donde acudía el vecindario, no todo eran las típicas pastas, confundiéndose con las mismas, cazuelas de barro con el típico cordero embadurnado de manteca, con sus hojas de laurel, sus ajos, cubierto con un papel de "estrassa", no se conocía el de plata. Peroles con las consabidas trenzas de budells de be, que tanto trabajo ocasionaban a las sufridas amas de casa, tras limpiarlas y volverlas a repasar, confeccionando las susodichas trenzas regadas con el pan rallado, ajos, perejil y aceite.

El plato fuerte de aquel domingo, la panadera de las exquisiteces de nuestro campo y del tiempo, patatitas tiernas, alcachofas, guisantes acompañando el guisado con cordero cortado a cuadraditos.

Mientras comentaba diversos platos de nuestra cocina, recibí un grato correo de mi amiga Paca Gomila Mercadal, joven madre de dos niños de corta edad, y en estado de gestación, lo que se dice una madraza. En su misiva me notificaba que la semana pasada, su madre, reconocida cocinera especialista en el recetario menorquín, se ofreció a impartir una lección, diría yo magistral, sobre platos tan sencillos y tan nuestros como, "oliaigo", berenjenas al horno, patatas con chuletas al horno y para rematar la lección, elaboraron las pastas de las que más arriba he hablado, las que se ofrecen por estas fechas y a lo largo del año.

Lo que más me sorprendió, fueron las alumnas, tres jóvenes peninsulares y residentes en la Isla, ansiosas de aprender nuestras costumbres, algo que las enaltece, al igual que el que participen de nuestras costumbres.
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margarita.caules@gmail.com