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En la bien habilitada y acogedora biblioteca, en donde, salvo el aplauso, nada se deja a la improvisación, los asistentes acogieron y guardaron con procurada atención las experimentadas palabras -con comedidas pausas y singular prosodia- del reconocido conferenciante. Y la expectación… no surgió porque fuera a hablar de esperanzas por temas que nos afligen. Que recuerde no se refirió a la crisis económica... Tampoco habló del paro, ni de la corrupción recidiva, ni del dragado del puerto… ni de sus consecuencias por su posible vertido en aguas próximas... No, Juan Cruz, el escritor tinerfeño, habló de lo que con seguridad mejor sabe, que contagió porque le gusta: la palabra escrita.

La interrogación del epígrafe pudo haber sido asimismo el título de la conferencia, como también "El ventolín y las letras…", que, en respuesta a la apropiada introducción del acto, contestó y amplió con lucido argumento en la disertación que brindó al amparo de sus obras, que son sus memorias: "Egos revueltos" (2010) y "Especies en extinción" (2013). Y no defraudó. Si una de las virtudes del admitido escritor y legitimado periodista es saber conectar con el lector y que éste no se distraiga; igualmente adorna al buen orador acoplarse desde la primera palabra y retener la curiosidad del oyente hasta el epílogo… y Juan Cruz ha demostrado, con pluma y micrófono, ser maestro en ambas parcelas de la comunicación. No defraudaron, por tanto, las citas del otrora editor, quien de su extensa agenda desempolvó anécdotas de célebres personalidades ya fallecidas: Francis Bacon, Ingmar Bergman, Julio Caro Baroja, Camilo José Cela y Jorge Luis Borges, que embelesaron a la nutrida concurrencia que le acompañó, el pasado 23 de marzo, en la Biblioteca Rubió.

Lo que alienta la escritura, expresó Cruz, es la imaginación, pero también el ego… Opinión con la cual antaño coincidió su compañero Manuel Vicent, cuando dijo, "sin olvidar lo que este oficio tiene de vanidad y de narcisismo; creo que escribo porque es un trabajo que me gusta…". Mario Vargas Llosa, arguyó en otra apreciación que, "escribo porque aprendí a leer y la lectura me produjo tanto placer (…) que en cierta forma la escritura ha sido como el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia más enriquecedora". García Márquez, Bryce Echenique y Lucía Etxebarria coincidieron en la réplica al manifestar: "Escribo para que me quieran…". En cambio Umberto Eco y Muñoz Molina, contestaron llana e inequívocamente: "Porque me gusta hacerlo…". Carlos Fuentes, en aserción que era pregunta, a la gallega, indicó con lirismo… ¿Por qué respiro? Y Javier Marías, más práctico, sentenció: "Escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar…"; Luis Mateo Díez, se sinceró: "Escribo para disimular la incapacidad de hacer cualquier otra cosa". Y Arturo Pérez-Reverte, conciso y pragmático, objetó, "Escribo porque soy novelista profesional y vivo de esto…".

Por fin, don Camilo… -que, por sus juzgadas formas (entendí que no literarias…), no libró muy bien en las evocaciones del conferenciante canario- confesó a su biógrafo Mariano Tudela que, "Escribir es difícil y doloroso…" Primero la lectura que es "vicio" y es placer… y luego, acaso instintivamente, la escritura, como consecuencia subsidiaria… ¿No pueden ser cara y cruz de una misma moneda…?

Juan Cruz, en su didáctica disertación, comentó casualidades y ciertas técnicas experimentadas… Así, el ventolín…, que hermanó con Bacon (por idéntica dolencia), le facilitó una entrevista negada a priori… Un peculiar entendimiento insospechado y mirar directamente a los ojos (lección cardinal…), propiciaron una notable entrevista [dijo], la que mantuvo con Bergman. Y advirtió de una técnica -o tema infalible, con preparado y extenso cuestionario…- que abre la puertas de cualquier entrevistado: la infancia... Esa etapa que (como "paraíso" que se diluye con el andar de la vida ), acertó a detallar don Camilo… en una introducción ya clásica de la literatura castellana: "Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera…", se lee en "La familia de Pascual Duarte."