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Ya se que no vendrá de este, que un cambio más entre los muchos que nos toca vivir no va a marcar el fin de nuestra existencia. Pero es que a mi no me preocupa el fin de mi existencia entre otras cosas porque se que es un hecho inevitable. Lo que realmente me preocupa es toda esa serie de extraños mecanismos que nos llevan a ello y que no podemos ni analizar ni comprender. Pero ahora, el cambio más próximo que tenemos o mejor dicho el que acabamos de tener, es el del horario, esa práctica anual del restar o sumar una hora a nuestros relojes y nuestras vidas en aras a un supuesto ahorro energético y a un inevitable trastorno sicológico para más de uno. No se si se habrán fijado ustedes pero desde que nuestros relojes de pulsera son automáticos, quiero decir que van con pilas y ya no precisamos eso de darles cuerda, en escasas ocasiones salvo para cambiar determinadas fechas, nos acordamos que existe una pequeña manecilla creada para esos menesteres y como la falta de práctica en todo hace que nuestras habilidades y conocimientos queden mermados, pasamos a comportarnos como auténticos imbéciles. Desenroscamos ligeramente la manecilla, tiramos levemente hacia fuera pero ojito, porque como no estamos seguros, si le das más de la cuenta lo que te cambia es la fecha y no la hora que es lo que querías. Vuelves a ajustarla algo menos hasta que das con el movimiento de las manecillas pero como te has pasado cinco minutos entre una cosa y otra, tienes que pedirle a alguien que te diga la hora exacta porque ya se ta había olvidado en que punto lo habías dejado. En fin, un jueguecito más a falta de alguna consola con marcianitos que nos reúne a todos casi al mismo tiempo y en una misma tarea en algo que, muy probablemente, sea de las pocas cosas que hagamos porque nos conviene hacerlo.