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Shakespeare se preguntaba en Romeo y Julieta sobre qué encierra un nombre. En aquel drama, la joven y enamorada Capuleto sostiene que una rosa tendría un aroma diferente de ser otro su nombre. De forma más prosaica yo me pregunto qué hay en un apellido. Sabemos, en muchos casos, de donde surgen, pero ¿podemos decir que en su marca llevan un destino?

No es la primera vez que desde esta columna hemos propuesto juegos para la imaginación a partir de linajes que parecen llevar mensaje incorporado. Nos preguntamos hoy si los ancestros de nuestro presidente del Gobierno recibieron su apellido porque ya se rajaban sistemáticamente ante el bárbaro teutón.

Queremos saber si estaban tan verdes los antepasados del ministro de Educación como él en las cuestiones del catalán como para bautizarles como Wert. En idéntico bosque de enredos anda metido nuestro conseller balear de Educación, que atiende por Bosch.

Otros apelativos están aparentemente más que justificados. ¿No es, así, normal que reine en Maó una alcaldesa apellidada Reynés, o que Tur tenga ya iniciado un ídem por las instituciones insulares?

Sorprende y no sorprende que Juan Carlos Grau carezca de grado alguno. Pero aquí, el colmo de los colmos, si se me permite, es que Casero se haya echado a la calle, un día sí y otro también, y sea la fachada de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Claro que para su caso, también se podría mutar su apellido en Causero a la vista de su predilección por toda causa de protesta que se precie.

Por cierto, Shakespeare se pronuncia igual en inglés que sacudir una lanza (shake + spear). Por suerte para todos, el bardo se dedicó a escribir en lugar de guerrear.