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Al puerto de Maó se le presenta un verano con música y aparcamientos. El enunciado no es malo. El Ayuntamiento ha optado por promover medidas más o menos aceptadas por los empresarios para tratar de animar una zona de ocio en clara decadencia, sobre todo cuando el calor aprieta menos, sin los cabreos del año pasado. Sobre los conciertos, poco malo se puede decir. El ambientillo sonoro siempre atrae. El Consistorio actúa por imitación de las noches de los martes en el centro de la ciudad, pero aquí existen dos riesgos. Uno, que por abuso se acabe quemando la fórmula y nos quedemos sin martes y sin jueves (el mismo riesgo corren los omnipresentes mercadillos artesanales y las constantes jornadas gastronómicas tanto de tapas como de menús). Y dos, que en el puerto la iniciativa se desdibuje por el hecho de no tener detrás al artífice del diseño original, que empuja y mucho en un terreno que conoce muy bien. Ojo con las copias inexactas. En segundo lugar se instala un aparcamiento en el Cós Nou y se deposita una arriesgada confianza en los autobuses lanzadera, para los que el cliente de bares y restaurantes igual no está debidamente mentalizado. Es imprescindible informar muy bien, hacer pedagogía y que la cosa fluya de forma ordenada. Aún así, esto son parches, óptimos, pero parches. Los empresarios deben mentalizarse para afrontar tarde o temprano un cambio radical en la movilidad del puerto de Maó. Uno de los principales problemas de la zona es el acceso. La barrera psicológica para el viandante es alta. Allí está, con y sin ascensor. Y para los coches... ¡Pero sí no hay aparcamiento en los muelles incluso con bares y restaurantes vacíos! Hay que salvar este verano, pero en ningún caso cerrar a medio plazo el debate sobre el puerto.