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Leo en el "Última Hora" la noticia sobre Torralbenc y sus numerosos incumplimientos de la copiosa normativa en las innumerables aéreas administrativas que meten su cuchara en esta espesa sopa de papeleo compulsado. El tono es triunfal: ¡te hemos pillado granujilla!

No me siento cualificado para opinar sobre la vertiente técnica del asunto, que la tiene y no es moco de pavo. Desde luego lo que no faltan en Menorca (ignoro si en igual medida por otros parajes) son normas perfectamente incomprensibles para los mortales que no hayan tenido la ¿fortuna? de habitar uno de esos innumerables despachos llenos de polvorientos expedientes que esperan por tiempo indefinido su momento estelar, que no es otro que el de encontrar receptivo al funcionario de turno que, en ese caso, y tras dignarse a echar un vistazo entre desconfiado y desdeñoso a la carpeta, optará por interesarse en el asunto sin mostrar en la mayoría de los casos muchas prisas ni demasiada euforia.

Esta fórmula de desarrollo que tan buenos resultados ha producido en nuestra isla ha apadrinado con notable éxito happenings como el abandono –por aburrimiento o desesperación- de proyectos como el del hotel de cinco estrellas que hubiera dotado al paseo marítimo de Mahón de un incómodo foco creador de riqueza, prestigio y puestos de trabajo; o como la conversión en criadero de ratas del hostal Miramar como alternativa a la materialización del bochornoso espectáculo de ver nacer allí un edificio de apartamentos de lujo con sus embarcaderos y toda la mandanga asociada: inversiones, mantenimiento, puestos de trabajo, etc.

Este frondoso bosque de obstáculos con que se topan las más prometedoras iniciativas, curiosamente goza dentro de su ubérrimo perímetro de un limitado número de fértiles praderas carentes de enemigos depredadores en donde han ido a caer (supongo que debido exclusivamente al azar) proyectos tan populares como la famosa cárcel de Mahón, o el tajo dado al acantilado en sa punta des rellotge, cuyos estudios de reproducción de tortugas y demás vainas de impacto psicosocial, estudios hidrológicos, informes jurídicos, subcomités de tal o cual organismo, sabemos que se tramitaron en un tiempo record, vaya usted a saber por qué motivo que no sea otro (como imaginamos), que el mero capricho del azar.

Pero la nómina de afortunados proyectos que caen en este paraíso administrativo no se acaba en los que afectan al área penitenciaria o acantilesca, no. Yo disfruto de un ejemplo bien pegado a mi babor sin ir más lejos. El edificio que se encuentra entre mi humilde morada y el eterno proyecto representado por el ascensor incorrupto, logró superar todos los obstáculos (tardó su tiempo, hay que reconocerlo) y finalmente se yergue orgulloso con sus ventanas pseudo orientales y su aspecto inclasificable (hay que verlo) como diciendo: ¿Hay o no hay huevos?. Por no hablar de Arenal d'en Castell (norte) al que tan a menudo menciono debido a su epatante ruptura con toda norma ética, estética y de sentido común.

Tengo además la impresión de que el azar suele castigar a los proyectos más atractivos, más susceptibles de creación de riqueza, más integrados en el paisaje, haciendo que estos se enreden de manera catastrófica en la maraña de opacos despachos dedicados con verdadera pasión a la castración, mientras que (siempre al azar) quedan a salvo los proyectos más cutres, menos sostenibles, más ruinosos para la economía insular y más antiestéticos, a salvo, digo, del desigual encontronazo con la lenta y pesada rueda de la administración.

Si tuviera que significarme, al menos no me sentiría tan eufórico porque se tire abajo un hotel de lujo (por otra parte bastante respetuoso con la anatomía insular), porque cuando nuestros hijos se larguen a Alemania porque aquí no haya ya hueco ni en las oficinas dispensadoras de informes, ya no nos hará tanta gracia. Aunque Tuni Allés nos haya liberado ya por fortuna de su catequesis fundamentalista (sustentada en su bien engrasada bisagra de acero), el daño hecho a la economía insular con la trituradora de proyectos marca ACNE, tardará décadas en restañarse (si es que lo consigue, que lo dudo), con mucha más razón si los cambios en el gobierno insular no se traducen en una fuerza motriz que contrarreste la inercia descomunal que nos conduce a la arraigada costumbre de seguir tirando piedras al propio tejado.