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Hace exactamente un mes falleció el escritor, novelista y economista, José Luis Sampedro, un auténtico humanista cuyo pensamiento comprometido con los problemas de su tiempo le permitió conciliar la profundidad de sus escritos económicos con la hondura de sus obras literarias. Aunque su vida pública discurrió principalmente en el ámbito de la economía, su más intensa dedicación estuvo siempre consagrada a la literatura. Es la suya una obra desarrollada al margen de las corrientes literarias y marcada por su postura vital de contribuir, desde la cultura y la transmisión del saber, a la consecución de un mundo mejor en el que la productividad y la competitividad deberían ser sustituidas por la repartición equitativa y la cooperación. Su trayectoria, impecable, honesta y coherente es el fruto de un ejercicio lúcido e íntegro de un humanismo crítico, fundamentado en la sabiduría, la bondad y la dignidad, vivido con toda humildad. José Luis alzó siempre la voz , libre y valiente, alertando del peligro cierto de la decadencia moral y social de Occidente, del neoliberalismo salvaje y de las brutalidades del capitalismo más inhumano. Como economista fue siempre un heterodoxo, que abogó por una economía más justa y solidaria. "Debemos procurar que los pobres lo sean cada vez menos", afirmaba.

Las propias circunstancias de la vida le llevaron a vivir una permanente itinerancia. Aunque nacido en Barcelona, su infancia transcurrió en Tánger, ciudad cosmopolita con un auténtico cruce de culturas, que tanto influiría en su formación. Vivió su adolescencia en Aranjuez para residir, luego, en Melilla, Soria y Santander , donde, con el estallido de la guerra civil, fue movilizado por el ejército republicano, aunque, después, combatió en el bando nacional. "No cambié de bando, me cambiaron", decía. Finalmente, las atrocidades y los horrores de la guerra le alejaron del frente.

Catedrático de Estructura Económica en la Universidad Complutense, ejerció la docencia hasta que, al ser expulsados los profesores Aranguren y Tierno Galván en el año 1969, se solidarizó con ellos y marchó a la Universidad de Liverpool, donde inició un periplo en su breve exilio voluntario que se prolongaría en otras universidades del Reino Unido y de Estados Unidos. Fue la docencia una de sus grandes pasiones, en la que se sintió muy querido y respetado. A su regreso a España, tras cuatro años de ausencia, asumió la cátedra de Ética en la Universidad de Barcelona y continuó, con una actividad febril, su prolífica carrera literaria y económica, compaginando su ejercicio profesional con su dedicación constante a la creación literaria. A ésta última nos vamos a referir, destacando lo que, a nuestro juicio, representa lo más granado de su narrativa. Dotado de una gran sensibilidad y curiosidad por todo, desde una mirada crítica y rigurosa, aderezada con una gran dosis de humor, sus novelas rezuman autenticidad y una brillante imaginación. Tras sus primeras obras: Congreso en Estocolmo (1952), El río que nos lleva (1961), en la que rinde un tributo de admiración a los gancheros del río Tajo en su labor de transportar la madera río abajo, y El caballo desnudo (1970), una sátira que le permitió desahogar sus frustraciones ante la lamentable situación del país, llegaron sus grandes éxitos de crítica y público, que le otorgaron una gran popularidad, que le ha acompañado hasta el fin de sus días. El nacimiento de su único nieto propició la gestación de una de sus principales obras: La sonrisa etrusca (1985), una hermosa y tierna historia de amor entre un abuelo y su nieto, tras experimentar una nueva dimensión, que desconocía, de un amor tan puro y gratificante. Aunque el éxito le llegó teñido de dolor por la pérdida de su primera esposa, su actividad no cesó; en la creación literaria encontró la alternativa necesaria para poder superar este trance. Con Octubre, octubre, una extensa novela que le ocupó largo tiempo y que el propio José Luis calificó como su "testamento vital" inició una trilogía: Los círculos del tiempo, que continuó con La vieja sirena (1990), un canto a la vida, al amor y a la tolerancia, y culminó con Real sitio (1993), una fervorosa declaración de amor a la ciudad que despertó su vocación literaria: Aranjuez. Siguieron, después, El amante lesbiano (2000), un grito contra todas las formas de opresión de las diversas opciones sexuales, un tema espinoso, que Sampedro aborda con seriedad y rigor, lejos de las frivolidades al uso y La senda del drago (2006), en la que reivindica la necesaria preservación de la naturaleza frente a la codicia y la especulación destructiva del territorio, a la vez que manifiesta su afecto por Tenerife, donde pasó largas temporadas.

Su obra, con un claro trasfondo autobiográfico, revela, a las claras, su pensamiento y su rica personalidad. Especialmente recomendables son sus dos ensayos Escribir es vivir -Escriviure le llama nuestro genial poeta Ponç Pons-, resumen de un curso magistral que impartió en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander en el que desgrana, con un estilo cercano, su proceso creativo, íntimamente ligado a su larga experiencia vital de nonagenario, testigo excepcional del devenir del pasado siglo, que escribió en colaboración con su segunda esposa, Olga Tomás, acreditada poetisa y traductora, su compañera fiel en sus últimos años de vida. La escritura necesaria es otro ensayo sobre su obra novelística y su vida, interesantísimo e imprescindible para todo aquel lector que quiera ahondar en el conocimiento de su persona y su obra.

A pesar del evidente deterioro de su salud, Sampedro se mantuvo activo, lúcido y crítico hasta el final. No en vano se ha convertido en uno de los principales referentes intelectuales y morales de los indignados del movimiento del 15-M. Él fue quien prologó el célebre opúsculo ¡Indignaos! del intelectual francés Stéphane Hessel, también recientemente fallecido. Su bonhomía, su autenticidad y su integridad han marcado su trayectoria vital. Lamentamos su ausencia, pero, afortunadamente nos queda su palabra y su testimonio intachable, sin duda un legado sólido que hay que agradecer y valorar.