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La última encuesta del Centro de Estudios Sociológicos (CIS) lo resumía claramente: «Los militares y policías triplican en valoración a los políticos y son los únicos que aprueban». Y ciertamente ante un 1,83 concedido a los partidos , la Guardia Civil obtenía un 5,71 de valoración, la Policía Nacional un 5,56 y los Ejércitos y la Armada un 5,21.

En una primera impresión, constituye un justo motivo de orgullo para las «gentes de armas» que ven reconocido el valor de su trabajo, su abnegación y entrega vocacional al servicio de su comunidad. Pero en una segunda mirada debe entristecernos el bajo nivel con que valoramos a quienes legitimamos con nuestro voto y son responsables –en Gobierno o en oposición– de nuestra vida política. El líder mas valorado justo alcanza el 3,96 y hay ministros que no alcanzan el 2. El Gobierno es valorado con un 2,42 y nuestro Parlamento, en el que tenemos depositada nuestra soberanía, un 2,53.

Me atrevo a repetir aquellas frases que pronunció Ortega y Gasset en sede parlamentaria un 13 de Mayo de 1932:
«Ahí tenemos ahora a España toda tensa y fija en nosotros; pero no nos hagamos ilusiones: fija su atención, no su entusiasmo». Cuando recomienda en el mismo discurso:

«Es preciso que el Parlamento se resuelva a salir de sí mismo, de este fatal ensimismamiento.... que ha sido causa de que una gran parte de la opinión le haya retirado la fe y le escatime la esperanza».

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Asumamos que el difícil momento invite más al «rejón de castigo» en las encuestas que al halago estimulante, y que una forma de indignación se manifieste en las bajas valoraciones.

Pero el análisis invita a una segunda reflexión. Me refiero al vuelco de la opinión pública respecto a las gentes de armas. Los que vivimos la Transición sabemos cómo se nos valoraba: siempre en la zona de descenso. Y había quien buscaba algo más que el simple descenso. Faltó poco para disolver a la Guardia Civil bajo la teórica idea de crear un solo cuerpo policial, escondiendo resentimientos particulares y rompiendo un modelo que en Francia, –Gendarmerie– y en Italia –Carabinieri– han proporcionado estimulantes resultados y necesarios equilibrios de poderes. Tampoco olvidemos que la primera Agrupación de la Legión que mandamos a Bosnia, embarcaba rumbo a Split con la amenaza de una orden ministerial que la disolvía. ¡Luego los disolventes se enamorarían, al conocerles, de quienes querían disolver! Hemos vivido durante años –aún quedan resquicios– que ante errores y accidentes, quienes acababan procesados eran los uniformados, eximidos de falta sus responsables políticos. Hemos sufrido el ataque inmisericorde de cineastas y guionistas. Siempre ha sido rentable y gratuito en la réplica, presentar a un militar colérico, autoritario y déspota o a un guardia civil perverso y torturador o a un policía desgreñado e inmoral. Se ha pretendido socavar la faceta vocacional del servicio a la comunidad con caricaturas, estereotipos y mentiras siempre negativas. He repetido cien veces que me da envidia el cine americano que normalmente asocia al hombre de armas –militar o policía– con el sacrificio, la reflexión, la valentía o el honor. Y cuando alguno de ellos se sale de la norma, siempre aparece un «asuntos internos» o un superior que corrige al desviado. Es decir, dejan claro que en una sociedad de orden, se castiga a quien vulnera la norma. Y se le castiga con la máxima inmediatez, compatible con las garantías jurídicas del denunciado. No se le juzga a los 14 años como en Barcelona.

En realidad, aquí se sigue la misma pauta disciplinaria. Porque el cinco y pico de valoración también incluye errores que todos cometemos. El último informe de la Fiscalía Togada correspondiente a 2012 habla de 701 procedimientos penales instruidos a militares y guardias civiles sometidos a su jurisdicción, de los cuales 132 corresponden a sumarios, 144 a diligencias preparatorias y 425 a diligencias previas. Para mí es enormemente positivo que el descenso de delitos y faltas sea de un 57% respecto a 2010.

Si tuviese que hacer balance de la encuesta del CIS, diría que hoy la sociedad valora la disciplina, el orden, la sobriedad, la responsabilidad, la vocación y el servicio, por encima de otras alternativas. Pero esto no debe conformarnos. Todos debemos arrimar el hombro para que el nivel de valoraciones que se reconoce en las gentes de armas, se extienda a toda nuestra clase dirigente y a nuestro tejido empresarial y sindical. Es decir que se amplíe la confianza, el crédito, la buena opinión, a cuantas personas sirven a la sociedad. Las hay, y muchas. Se trata de recomponer este tejido social por el que deberíamos trabajar todos. Por supuesto bajo la capa de seguridad que nos proporcionan unas personas a las que acabamos de reiterar nuestra confianza: las gentes de armas.