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Ayer se ¿celebró? el día de internet. En primer lugar no entiendo por qué motivo un avance técnico merece un día. ¿Para cuándo el día de la electricidad? ¿O del ibuprofeno? En este día de internet se suelen repetir proclamas y estadísticas sin demasiada profundidad. Falta mucha reflexión. El carácter revolucionario del invento es indudable, no obstante quedan cuestiones pendientes, como la rentabilidad económica de determinadas páginas web, sobre todo las que ofrecen información. La costumbre de consumir gratis productos periodísticos tiene, o sería lógico que tuviera, los días contados, toda vez que es complicado sacar un duro del impacto publicitario que se genera. Otro reto es la seguridad. La rapidez en la propagación del invento no nos ha permitido establecer los mecanismos sociales suficientes para frenar unos abusos que han convertido el campo abierto de la red en un surtidor de potenciales peligros. El caso de los menores es el más flagrante. Permitir a pequeños imberbes tener acceso abierto y permanente a internet supone depositar en ellos un nivel de confianza que no se da en otros ámbitos de la vida. Tampoco hay que atemorizarse. Es suficiente con establecer en el ciberespacio las mismas precauciones que utilizamos en la vida real. ¿O le gustaría que su retoño se encontrara en el parque cada tarde con un grupo de desconocidos cuyas intenciones desconoce y cuyas posibles maldades se ocultan detrás del anonimato? Otro "pero" es el cacareo que se produce en los comentarios de las antes citadas webs de información. Allí abundan radicalismo y opiniones cargadas de bilis que no acierto muy bien a digerir. ¿Por qué están tan enfadados? A todos ellos, ¡relájense!, dejen el ordenador y la mala leche, y vayan a disfrutar de los decorados florales de Maó. Aire, aire, y alegría.