TW
0

Estos días me ha entrado un poco de morriña. Me hago mayor, supongo, y ando buceando entre recuerdos como el abuelo cebolleta. A los 14, cuando el fenómeno de Internet prácticamente acababa de aterrizar en Menorca y lo de llamar por teléfono mientras navegabas por la red era algo impensable, me eché novia por chat. Fue una historia de amor eterno que duró una tarde.

Ella lucía de nick (alias) Julyetta_ y yo, por entonces, era un aspirante a Romeo melancólico, que estaba fascinado con que todas las canciones de amor hablaban de él y que suspiraba convencido de que nunca encontraría novia. Lo nuestro, tal que los amantes de Verona, fue flechazo a primera vista. Intercambiamos un par de frases acerca de hobbies, gustos musicales y series televisivas. Coincidimos en todo y creo que a la media hora ya quería pasar el resto de mi inexperta vida con ella.

Marta Cabezudo, así decía que se llamaba, vivía en San Sebastián y yo, evidentemente, tuve que explicarle dónde caía la isla de Menorca. Supimos, entonces, que el destino no nos lo pondría fácil y que tendríamos que capear más de un temporal. El primero fue una inesperada llamada de teléfono a casa que hizo caer la señal. Inconsciente, le di mi dirección de correo antes de que las obligaciones me llamaran a filas y tuviera que abandonarla sola en su destino en una cyber sala llena de usuarios ávidos de conocer a su media naranja, a su media piña o a su medio melón.

Ahora lo pienso y me da repelús. Visto lo visto, igual estuve intercambiando impresiones con un señor entrado en edad que buscaba carne fresca. A lo mejor Julyetta_ y yo utilizábamos la misma marca de calzoncillos y de desodorante o, mísero de mí, compartimos fragancia de 'after shave'. Internet es un peligro.