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Es domingo y has repetido, una vez más, el ritual: dejar que tu cuerpo –y no el despertador– fuera el que marcara los tiempos; pasear por el puerto; acudir a misa y rezar; desayunar con lentitud; mecerte por la belleza de un libro y, finalmente, enfrentarte a tu artículo quincenal, ese que, de momento, es solo un aterrador folio en blanco… Es domingo, sí, y desde hace casi un año, añoras a Roig a la hora de redactar tu columna. Con él era más fácil. Ahora hablas, únicamente, contigo mismo… Y, en esa mañana eternamente repetida, como diría el Cela de "La colmena", revisas las declaraciones efectuadas recientemente a este diario por Juana María Camps, nueva consellera de Educación del Govern balear y que vieron la luz en forma de entrevista. Por eso, mientras la mañana se afianza con el calor de un sol ya verdaderamente primaveral, disfrazas tu artículo de carta, y desde el más absoluto respeto, se la diriges a la nueva responsable de una de las áreas más importantes del Govern…

"Estimada señora Camps:

Leí el pasado jueves con vivo interés la entrevista que le hizo este mismo diario y que acabo de releer hoy domingo. No la conozco personalmente y sus declaraciones fueron, en cierta manera, como una primera aproximación. A ambos nos une, sin duda, un mismo y apasionante mundo: el educativo, el que, de seguro, amamos los dos. Finalizada la lectura sentí la necesidad de compartir con usted algunas inquietudes y de hacerle llegar mi opinión sobre algunas de sus manifestaciones… Es tan solo eso: una opinión que, a título personal, también aparece en unas páginas de opinión…

Afirma usted, por ejemplo, que "no hay ningún estudio que diga que saldrán mejores estudiantes si hay menos alumnos en clase" y a la observación del entrevistador ("Yo no soy docente pero la lógica me hace pensar que un profesor puede prestar más atención individualizada a sus alumnos si tiene 20 niños en clase que si tiene 30") usted itera, con otras palabras, lo dicho: "Pero no hay ningún estudio que demuestre esta teoría". Desearía, en este sentido, señora Camps, decirle que en una clase no cohabitan 28 escolares, pero sí 28 mundos distintos a los que hay que atender y dar cabida. Unos alumnos proceden de familias desestructuradas, otros poseen una autoestima muy baja… Y mientras algunos presentan hiperactividad, otros rozan la depresión… Los hay con necesidades educativas especiales y quienes, más que sed de conocimientos, la tienen de ser escuchados. Y a todos ellos hay que enseñar, pero también educar y, más importante aún, ayudar. Las ratios –créame– sí influyen a la hora de poder atender peor o mejor a esos seres que no son cifras. Pueden incluso –y no es una hipérbole– salvar o acabar de hundir a un chico en un momento de su existencia muy delicado. Por eso le ruego que un día se acerque a uno de nuestros centros para acompañarnos en nuestras clases, para vivir con nosotros aunque solo sea una jornada y para sentir la enorme responsabilidad que el profesorado ha contraído y que renueva, día tras día… Es bueno –se lo aseguro– conocer aquello que se gestiona. Nada es virtual. Nada es una hoja de cálculo. Ni un Excel. Y mucho menos en Educación, porque el futuro de nuestro trabajo es, en cierta medida, el futuro de una persona humana. En cuestión de ratios, ponga nombre y rostro a las cifras que manejará y entenderá entonces que, para comprender su relevancia, no hace falta estudio alguno o que, en todo caso, el mejor estudio es el que emana de la realidad, de la vivencia en un aula…

Más adelante afirma que "si los profesores quieren marcar las líneas de gobierno, que se presenten a las elecciones". Creo sinceramente que la política ha de quedar en los lindes de las aulas, así como todo tipo de adoctrinamiento. Ya lo padecí siendo joven con la "F.E.N." ("Formación del Espíritu Nacional") y no desearía ahora que, desde el otro lado del campo ideológico, se cayera en ese mismo error, por lo que supone de falta de ética, cuando no de abuso, al imponer a otros, más indefensos en su capacidad analítica y de argumentación, un determinado credo ideológico. Y desde esta convicción puedo decirle que efectivamente no somos o no deberíamos ser políticos. Que no es esa nuestra querencia, ni nuestro anhelo. Pero no por ello dejamos de tener opinión, esa que, en ocasiones, podemos y aún debemos expresar, aunque no en las aulas…

Finalmente y a la pregunta de "¿Cómo se llama nuestra lengua?" usted contesta: "Modalidades insulares del catalán, no tengo ningún problema en decirlo". Le rogaría que expulsara el catalán, no de las aulas, pero sí de la polémica. Pronuncie su nombre, sin miedo, desnudo, exento de las coletillas que, a modo de prefijos o sufijos, hablan siempre de dialectos, como si al mentar su nombre, catalán, uno hubiera de justificarse. Es mi lengua. Es la suya. Es la nuestra. En ella hemos pronunciado las mejores palabras, las que designaban lo que más nos importaba (pare, mare, amor…) y con ellas cerraremos, probablemente, nuestra vida.

Créame una vez más (me lo enseñó un profesor erudito de Lengua Castellana y feroz defensor del catalán, Joan F. López Casasnovas): las lenguas no se pelean, solo los humanos utilizándolas. Y uno, que ya lleva vivido lo suyo, está ya muy harto de esas imperdonables guerras. Que ninguna lengua sea utilizada, para acabar con otra. Que cohabiten, siempre y en harmonía… Catalán… ¿Lo ve? No ocurre nada y sabe como a tocinito de cielo…

Le reitero finalmente mi invitación a que venga y nos conozca. Que deseche arquetipos y prejuicios. Y que sienta, a la salida de una jornada laboral nuestra, el agotamiento que brota de la responsabilidad pero, también, el inmenso gozo y honor de servir a una de las mejores causas. Y, después, pueda sentirse uno más entre nosotros, gestionando, pero desde el conocimiento en carne viva. Una gestión que solo podrá ser entonces respeto, reconocimiento y ayuda para quienes, día a día, seguimos vocacionalmente enamorados de nuestro oficio: el de enseñar, el de educar, el de amar, el de dibujar y proponer un mundo mejor del que andamos, Sra. Camps, hambrientos, muy hambrientos…"