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Juro ante quien fuera menester (notario incluido) que no tengo nada que ver con el hotel Torralbenc. Ni conozco al propietario ni al promotor, ni al director y ni siquiera al encargado del departamento de toallas y albornoces del mencionado establecimiento. Si sé en cambio con certeza que si tuviéramos en Menorca diecisiete hoteles de este tipo nos iría infinitamente mejor que con setenta y uno de los de segunda división. Sin embargo, por alguna razón que se me escapa, y sobre la que sería conveniente que pidiéramos (como sociedad afectada) explicaciones, los hoteles de batalla han proliferado, mientras que a los dignos de ser recomendados en el circuito internacional del encanto, o los que quedan incluidos en el terreno del agroturismo en general se les putea de la manera más eficaz (dándose además la circunstancia agravante de que la eficacia es rara avis en nuestra administración), de tal forma que hay que ser un verdadero sherpa para escalar los innumerables repechos de obstáculos que esperan a cualquier aventurero que pretenda traer a la Isla un poco de buen gusto y de servicio con clase. Esto ocurría ya con el poco aerodinámico tándem PSOE-PSM, pero sigue sucediendo ahora. ¿Por qué? ¿Cómo se explica esta tenacidad sin sentido?

Pido pues respetuosa y públicamente la siguiente explicación:
¿De qué sirve el no poco poblado, estupendo y nada barato, (imagino) edificio que se levantó en la Plaza de la Biosfera si, aun cambiando de signo el gobierno insular, continúa operativa la fórmula ya explotada en pasadas legislaturas hasta la nausea, consistente en aplicar la lentitud extrema, la indefinición de objetivos y el absurdo, consagrados al boicot de aquello que la razón identifica sin esfuerzo como lo más beneficioso para Menorca: el charming, la excelencia.

Porque no creo que nadie pueda defender honestamente que conviene mejor a la Isla el turismo de garrafa, que (pulsera en muñeca) se entrega en muchos casos a la ingesta de bazofia sólida y espiritosa. ¿Qué si no, se puede ofrecer con un presupuesto de quince euros, bebida incluida por persona y día?, que tiene según me ha comentado uno de mis proveedores asignado como límite algún escándalo del sector), turismo que no sale del hotel ni con amenaza de bomba, que no alquila un coche (como bien manifiesta Jordi Viola), que jamás cenará en ningún restaurante de la Isla, que ni conocerá ni apreciará el entorno en que está ubicado su comedero, si lo comparamos con el turista alojado en hotel rural, que tiene poder adquisitivo, que aprecia la naturaleza (la recorre, la recomienda a otros amigos), que degusta nuestra gastronomía, que interactúa con la población, que se acerca con interés a conocer la cultura menorquina (suele estar previamente documentado), y disfruta de verificar in situ la magia de los monumentos megalíticos, de las fortalezas…

Sin embargo, pregunten a cualquiera que haya conseguido poner en pie un hotel rural o a otros tantos que abandonaron la idea porque no tuvieron la paciencia de esperar lustros ( como si no hubiera suficiente personal en esos opacos despachos que ralentizan hasta el absurdo su tarea), pregúntenles acerca de las facilidades que han recibido por parte de la administración local para llevar a buen puerto su iniciativa. La respuesta es: cero patatero, como diría el insigne líder que puso los pies en la mesa del gran Bush. Porque aquí se ha castrado cualquier iniciativa tendente a subir el nivel de excelencia de Menorca. ¿Quién ha ganado con esta política? Buena pregunta. Intenten responderla ustedes mismos, porque yo no encuentro la respuesta. La cosa es tan paradójica que escapa incluso a cualquier idea conspirativa. Quedan solo la sandez, la indecisión enfermiza o la desidia extrema para justificar tan singular proceder.

Porque el fruto palpable de esta forma de gobierno no se traduce en que los predios a los que se ha negado (o torpedeado) la posibilidad de convertirse en hotel rural, brillen de esplendor ecológico, no, simplemente contemplan como el tiempo arruina sus bolleras y pudre sus vigas como hubiera sucedido por ejemplo con la Isla del Rey si la iniciativa y el esfuerzo de la sociedad civil liderada por un amante del puerto, no lo hubiera remediado, y como sucederá con el resto de patrimonio que ha sido objeto del tratamiento tipo "perro de hortelano".

¿Quién responde por este lucro cesante? (y no estoy hablando solo de dinero, sino también de prestigio) ¿Seguiremos por esta senda sin que nadie utilice su inteligencia y su energía para desmantelar esta forma tan penosa de dilapidación de los enormes recursos de que disponemos? ¿Sería razonable fabricar hamburguesas para gatos con el mejor solomillo de ternera? ¿Es razonable seguir apadrinando el turismo improductivo? ¿Por qué? ¿Quién gana? ¿Hará alguien algo para poner fin a esta insensatez, o seguiremos indefinidamente aguantando pánfilamente, sin rechistar, lo que nos echen encima?