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No entender, no saber a qué atenerse, no tener una opinión bien formada, tener un océano de dudas es, paradójicamente, una invitación a opinar de nuevo sobre la cuestión educativa.

Los griegos, de los que somos herederos, educaban para enseñar el sentido de la belleza, la continuidad de la historia y de paso ofrecer algunas enseñanzas prácticas. Como explica el profesor Rodríguez Adrados, fundaban la cultura basándose en el horizonte temporal del pasado y de la historia.

Nuestra sociedad, en cambio, solo piensa en lo nuevo, el último modelo, la última tecnología. Los productos tecnológicos que tienen dos años son una birria. El pasado es la obsolescencia.

La vía a través de la que los jóvenes aprenden de la vida se escinde en pantallas y en escuelas. Las primeras son más divertidas y para mantener la atención reducen el tiempo de las imágenes a unos siete segundos. Los valores son los de la publicidad y la cultura del espectáculo. Los jóvenes viven en otro mundo. Google permite buscar todo. Cierto. No hace falta tener nada en la cabeza dicen algunos pedagogos, ¿también cierto?

A partir de eso ¿qué leyes de Educación pueden hacerse, que no contribuyan a empeorar más el confuso panorama?

Sin que los adultos sepamos a dónde nos dirigimos y hacia dónde va el mundo, tenemos que ser una brújula para las nuevas generaciones que educamos.

Y así, la única verdad a la que podemos agarrarnos es la transmisión de valores. El resto es silencio o ruido de fondo.