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Después de un periodo de indignación, no finiquitado, se está desarrollando un movimiento de implicación de colectivos y entidades en la actividad pública. Seguramente se trata de uno de los efectos de más trascendencia de la recesión. Este compromiso ya existía en el ámbito cultural y social, y se mantiene con esfuerzo personal. Ahora, sin embargo, crece la voluntad de participar de forma más directa en los asuntos que hasta ahora eran coto privado de las instituciones públicas, es decir de los partidos políticos. El descrédito de la actividad política, no solo por la corrupción, sino por la misma forma de ejercerla y por la dinámica partidista, alienta las iniciativas de participación. Es el momento, por tanto, de que la sociedad civil cobre un mayor protagonismo y encuentre canales de expresión e incluso de decisión que no se circunscriban a la competencia política, sino que sean los gestores políticos los que se preocupen de aprovechar las aportaciones de esta fuerza social. El Cercle d'Economia ha analizado esta cuestión desde diversos ámbitos y abre así una reflexión que merece ser considerada en profundidad. La sociedad está estructurada y no se trata de fomentar acciones de demolición, sino de animar a una participación que no se subordine a la política.