Aina Cardona Gelabert, rodeada de familiares y amigas en un día muy especial, su primera comunión. - Archivo familiar

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Llegaba el mes de junio y con él, infinidad de cosas. Fin de curso, debiendo aprender algunas poesías que la hermana Julia, se deshacía para que las aprendiéramos, cuidando de que recitáramos, puntos y comas, haciéndolo en tono pausado. No resultaba nada fácil, subir sobre aquel improvisado entarimado que preparaba el señor Riudavets e hijos de la cuesta Deyá. Una de las carpinterías más importantes, especialmente conocida por hacer ataúdes. Al haber estado rodeada de gente mayor, hace que sepa estas cosas que a la vez, dan la impresión que eran de mayores, no de filletes. Añadir, que el señor Riudavets, se decantaba en fabricarlas exclusivamente de madera y a ser posible de cerezo e incluso "moguin". Pocas veces las forraba de tupido paño negro que era lo que se llevaba y por supuesto las más económicas, al no ser preciso barnizar la pinotea, i per avall Paco. Tal como mi madre explicaba de aquel ebanista, que también lo era, al fallecer su hermana Cristina con tan solo dieciocho años, el señor Riudavets labró dos ángeles portando una corona que colocó sobre la misma cubierta del ataúd. La señora Juanita Marimón vecina de los Valverdes en la calle del Horno, lo había comentado muchas veces, tanto, que a mí me hacia ilusión lo de llevar sobre mi féretro dos ángeles. Qué guapo!, dándole un tono de sutileza o romanticismo.

Por ventura hoy, lo de aquellos querubines y su corona, ya me ha pasado, com més llis millor, evitando gastos, el importe de las flores para pagar el recibo de la luz a algún necesitado, lo mismo que las esquelas, y esto que es un negocio para mi diario "Menorca", pidiendo disculpas a mi querido director, advirtiéndole, que no se atreva ya que saldría de la caja fent quatre crits, máximo una de dos por dos.

No voy a continuar en el tema, pero sí prometer que volveré, ya que no puedo olvidar al señor Llobera que se dedicó de lleno al oficio, a pesar que el que más he conocido es el padre de Pito de la Soledad, uno de los más importantes de aquella Virgen.

Nuevamente, entro en mi escuela, la de la calle de Santa Rosa 4 de esta ciudad, al entrar una inconfundible aroma a aceites, cal y limpieza, las monjas habían estado fregando de rodillas, con sus faldas remangadas cogidas hacia atrás evitando estorbaran a la vez que se ensuciaran. Un enorme delantal, enganchándose la toga de la cabeza, las largas y anchas mangas. Debió ser una incomodidad, gruesas telas, enaguas, chamarras etc.

Gracias a la ayuda de las señoritas catequistas i otras de incondicionales, como era la madre de Tere Gardés que hi feia mort i vida. Se habían colocado las sillas en aquella amplia habitación que hacía las veces de clase. Donde serían ocupadas por los asistentes. Nada fácil declamar ante la familia y las de todas nuestras compañeras. Resultaba tan vergonzoso, que nuestra lengua se travava.

Para la ocasión, aquella madre mía, que no me concibió, pero fui más que su hija y para mí, mi madre, me hizo un vestido blanco de dril, aprovechando un retal de tela que debía ser para un pantalón de caballero y que mi prima Antonia Ruzafa casada con Marcos Anglada que tenía la tienda de tejidos en la Raval medianera con la iglesia de San Antonio, se la había ofrecido a muy buen precio, por mor de un no sé qué en, uno de los extremos del tejido que no iba afectar para nada la confección.

Con motivo de escribir del folklorista y mejor vecino, Cosme Huget, Gloria una de sus hijas, me recordó un detalle de la representación de Caperucita Roja y que por lo visto yo representaba a la niña y no lo recuerdo, para nada. Una lástima, que no se hicieran tantas fotos como ahora se vienen haciendo, mi álbum carece de infinidad de momentos que ahora serían maravillosos.

Lo que no se me ha olvidado, y rueda a modo de pelota en mi cabeza, una escena de un desayuno en el aula, junto a las religiosas carmelitas y las señoritas de catequesis. Todas ellas muy queridas, con delantales blancos, muy emperifolladas, sirviendo chocolate y ensaimadas de Juan Ponsetí, conocido por, Juan del horno, casado con una hija del señor Calderón patrón de Intendencia, uno de los más importantes del puerto de Mahón .Tenían dos hijos en Joan i na Margaritra, íntima de toda la vida, siempre nos hemos querido mucho junto a otra niña vecina, adorable, na Sión Martínez, formábamos un trío excepcional, pero no hay fotos que lo atestigüen, ens han de creure tant si volen com no. La familia Martínez Verdú procedente del levante español vivían en la calle de Santa Eulalia, con la de san Elías, conocida por es carrer de ses vaques, mientras que en esta misma tenían su domicilio, los Ponsetí Calderón, precisamente donde fueron a vivir Deseado Mercadal, esposa e hijo al regresar de Barcelona.

Aquellas tres niñas nos queríamos tanto, que al desfilar, en fila de a dos, en las procesiones veraniegas, era un auténtico problema.

Voy a dejar mi colegio del alma, tan solo nombrarlo me entra un nudo en la garganta difícil de contener. Muchos dirán que era muy insignificante, que era tan poquita cosa que no merecía la pena, efectivamente tan solo dos clases. Benjamines y mayores, niños y niñas, aprendimos a leer y escribir a la vez. Una lástima que el Ministerio de Cultura mandara cerrarlo, quedando como parvulario.

He decidido, no ponerme, ni triste ni nostálgica, para ello he subido a lo alto de la miranda, donde se divisaba la Base, Colàrsega s'altra banda, san Antonio i tira petit. Aquel día había procesión.

Mahón era una fiesta. Saliendo los dos remolcadores de Transportes Militares con sus dos barcazas o remolcadores, bajando de la Fortaleza de la Mola, militares con sus mejores galas y condecoraciones. Los soldados limpios y aseados, con sus botas relucientes al igual que sus mosquetones y los guantes blancos.

La cuesta que se llamaría larga, estaba en obras, debiendo hacerlo por la estrecha donde yo me encontraba, fueron subiendo sin desfilar, colocándose frente al cuartel de la Guardia Civil y el rellano, dirigiéndose hacia la plaza de San Roque, saliendo todos los vecinos, bajo un silencio sepulcral, tan solo se escuchaban los ruidillos de botas, hebillas y el peculiar toque de corneta. Entre los oficiales y suboficiales, hombres de esta ciudad muy jóvenes, unos en calidad de milicias y otros procedentes de la academia.

Una de aquellas semanas, porque venía todas a ver a Gori el de las motoras, lo hablamos con el general Baldomero Hernández. Juntos hicimos una lista de todos ellos, que de cabeza no puedo aventurarme, iba a dejarme alguno y para mí todos merecen ser recordados. En mi cámara oculta los veo de paseo con sus novias ses mahoneses, guapas, elegantes, bien vestidas, una imagen irrepetible, mandamos los militares al garete, a cambio del turismo y si nos descuidamos muy pronto en baixamar habrá cola en los barcos para huir de la Isla. Recordar que en aquella época había trabajo, orden, dormíamos con la puerta abierta, incluso yo vecina del trocadero.

Tan pronto estuvieron debidamente formados marcharon desfilando con arte marcial hacia las calles de la ciudad, colocados uno junto al otro en posición firme. Guardando el paso de la procesión del Corpus, mientras niños y niñas de comunión esparcían pétalos de flores al paso de la custodia.

Con el fin de curso, llegan las primeras comuniones, en esta ocasión dedicar mi felicitación a Aina Cardona Gelabert, en tan maravilloso día, sinónimo de chica mayor. Felicitar a sus padres Pedro y Juana, mezcla de mares, no en vano, ella navegó desde Mallorca a una de nuestras calas de donde es fill des casino de Sant Climent, la va rescatar. Per molts anys!

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margarita.caules@gmail.com