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Había una vez una ciudad muy ligada a su puerto que tenía una cierta dificultad para unir sus partes baja y alta. Las conexiones convencionales, los medios de transporte más comunes, no permitían romper a efectos prácticos la barrera que imponía el desnivel existente, por lo que los ciudadanos y visitantes eran reacios a moverse entre distintas alturas, con perjuicios tanto individuales como colectivos. Los mandatarios, preocupados, pensaron en construir un ascensor que permitiera en un punto clave de la "frontera" vencer sin apuros tanto la pared física como la psicológica. La idea se tornó en proyecto, el proyecto en obras y las obras en realidad un día de comienzos de verano. Entre la formalización del encargo y el comienzo de los trabajos pasaron cuatro años, entre aquel encargo y la finalización de las obras pasaron seis. No, no es un error. La ciudad en cuestión es Lisboa y el ascensor es el Elevador de Santa Justa, de 45 metros de altura, un atractivo turístico muy popular y uno de los símbolos de la ciudad. Si la historia se quisiera aplicar al ascensor del puerto de Maó habría que estirar los plazos, de la firma del convenio inicial al comienzo de las obras, trece años, del convenio a la finalización de las obras, catorce años. La altura a superar es menor, 16 metros. También es diferente su ubicación temporal. El ascensor de Maó se inaugurará en el año 2013, mañana pasado, si no surgen nuevos contratiempos. El Elevador de Santa Justa se estrenó el 10 de julio de 1902. Puestos a dar con similitudes, sin duda el de Maó es también un referente popular, uno de los símbolos de la ciudad. Aunque cabe un matiz, porque más que un atractivo turístico solo es de momento un motivo de chanzas y desesperación ciudadana a partes iguales. Más de un siglo después, más del doble de tiempo, con más medios y menos vergüenza.