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Egipto acaba de despertarse con un verdadero golpe de Estado, que ha obligado al presidente electo a renunciar al poder legítimo que ostentaba por el resultado de las urnas solamente hace un año.

No podemos entender las justificaciones que se podrían argumentar para aceptar este golpe de estado, o cualquier golpe de estado contra un gobierno que ha sido elegido democráticamente en las urnas populares.

Se ha dicho mucho sobre lo que ha hecho o no ha hecho el presidente derrocado, equivocada gestión de la economía, abuso de poder, no acceder a las demandas de la oposición, todos estos argumentos, por si solos, no justifican la intervención del estamento militar y el golpe de estado. La resolución hubiese sido más democrática y más aceptable recurriendo a una gestión consensuada a través de los organismos disponibles existentes en cualquier Estado democrático.

Algunos dirán que no fue un golpe de estado sino una intervención de naturaleza popular apoyada por los militares para parar la caída de Egipto en un estado de caos, pero no hay dudo que el resultado ha sido una transferencia del poder legítimo del presidente Mursi a una persona quien, sin haber sido elegido, usurpa el poder legítimo y se implanta en el sillón gubernamental sin un apoyo universal del pueblo Egipcio. No hay duda que esta actuación es un golpe de estado, y así se ha reconocido en las capitales mundiales.

Las consecuencias son, de momento, imprevisibles y posiblemente podría desembocar en una guerra civil. Ya vemos en las calles de Egipto los defensores de Mursi manifestando su apoyo. Los militares, protagonistas del "Coup", por el momento se contentan con mirar de lejos hasta que, eventualmente, intervendrán para despejar los manifestantes con el peligroso resultado de incendiar el primer paso hacía confrontaciones violentas. ¿De quién será la culpa? Sin duda será de los que han fomentado la violencia, los que han protagonizado el "Coup d'État"—Los militares!

Seguramente que se culpará a Estados Unidos e Israel de haber fomentado la intervención militar, aunque, hasta ahora, no hay indicios que demuestren el apoyo de dichos países a la acción militar. Se dirá que dichos Estados hubiesen podido frenar la intervención bélica por el simple motivo que existan entre ellos y los militares egipcios una estrecha colaboración en asuntos de seguridad y control de la banda terrorista Al Qaeda, que no tardará ningún tiempo en implicar a dichos países y declarar que el "Coup d'État" se planificó en Occidente y llevado a cabo por los títeres militares bajo el control occidental.

El efecto colateral será aparente en países del Magreb en general y en el mundo árabe en particular, especialmente en el mundo subsahariano animados por el desenlace Egipcio y produciendo un efecto dominó tan publicitado durante la época Eisenhower. Para ellos será el aliciente que les animará a intervenir de una manera dictatorial en cualquier procedimiento político según sus criterios. La intervención militar en los asuntos democráticos de Egipto establece un peligroso precedente donde se verá que el poder militar podrá, en cualquier momento, derribar el sistema democrático gobernante y peligrar la convivencia pacífica tal como los conocemos y una cierta tendencia alcista del electoralismo autoritario.