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Cada vez estamos más acostumbrados a tener que tratar con robots cuando tenemos que ponernos en contacto con algunas grandes compañías. En un ejercicio de cinismo, estas nos dicen que hablaremos con alguna máquina "para nuestra comodidad".

Como todos sabemos, los aparatos inteligentes son muy listos hasta que se bloquean y no entienden nuestra voz o nuestras quejas no entran dentro de las categorías para las que han sido programados. Entonces muestran lo bobos que son y que no hay nada como tratar con personas reales.

Me tocó el otro día pagar el seguro del coche y, para mi comodidad, no había otra que hacer el pago a través de un cajero automático. Si lo que se pretende es no saturar a los empleados, conmigo no surtió efecto pues necesité un par de veces solicitar la asistencia de la cajera humana del banco.

Al final el espabilado banquero automático, tras tenerme media hora introduciendo billetes -pues algunos no los quería y tenía que repetir la operación varias veces-, decidió que lo más práctico era tragárselos todos. Para mi comodidad, me dejó a cambio esta desgraciada columna. En esto los banqueros de metal siguen el mismo principio que sus jefes del consejo de administración: "toma el dinero y corre".

Afortunadamente la unidad de carbono, la única realmente inteligente, volvió una vez más a prestarme asistencia. 250 euros hubiera sido un precio demasiado elevado por jugar media mañana a las maquinitas.