TW
0

El pasado día 5 de julio se hacía pública en el Vaticano la carta-encíclica del Papa Francisco titulada "Lumen Fidei" (La luz de la fe). No han pasado todavía cuatro meses del inicio de su pontificado cuando ya tenemos una primera reflexión sistemáticamente estructurada sobre una cuestión esencial de la vida cristiana, la fe, que nos brinda el Papa a todos los católicos para fortalecer nuestra adhesión a Jesucristo en el Año de la Fe que estamos celebrando. Es cierto que ha contado con una primera redacción de Benedicto XVI, como afirma en el número 7 de la misma encíclica, pero suya es la autoría y suya la propuesta transparente y atractiva que nos dirige a todos.

Vaya por delante una cuestión menor. No pretendo hacer un análisis teológico o un comentario explicativo a las fundamentales enseñanzas que la encíclica contiene. Mi objetivo es conseguir que muchas personas lean y estudien esta carta Papal e informar de su publicación a todos los interesados en las grandes cuestiones que invaden el corazón humano. Es breve este escrito y fruto de una primera y rápida lectura pero me sentía obligado a decir públicamente mi impresión y la invitación cordial a acoger con cariño el contenido de las palabras del Papa Francisco. Este medio de comunicación me permite acercarme a muchos hogares de la diócesis y a invitar a todos a conocer el pensamiento de la Iglesia sobre los aspectos esenciales de la vida cristiana.

En estas últimas semanas se han dado a conocer varias publicaciones con distintas afirmaciones del Papa Francisco y con algunas aportaciones de su época de cardenal de Buenos Aires. Me alegra saber que su acogida editorial ha sido muy generosa y que sus escritos han acompañado y explicado con gran acierto los numerosos gestos que ha utilizado en sus relaciones con diversas personas y grupos y que tanta simpatía y admiración han levantado en el mundo entero.

Es cierto que en ocasiones algunos cristianos desconocen el contenido de los documentos que los pastores les escriben; otros afirman que la Iglesia no trata determinados temas aunque no se preocupan de indagar si ello es cierto; a otros les gustaría que los mencionados textos expresaran sus propias preferencias o intereses. Y la verdad es que la enseñanza del Papa se dirige a lo esencial. Tras las encíclicas sobre la caridad y sobre la esperanza, ahora se nos ofrece ésta sobre la tercera de las virtudes teologales. En las tres se establece una fuerte conexión interna que ningún condicionante puede romper. Fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano; son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna, como afirma el Catecismo.

Aconsejo vivamente la lectura de esta encíclica. Es muy accesible para todos aquellos habituados al manejo de libros. Para los lectores ocasionales les pido un esfuerzo por acercarse al texto o pedir a los responsables pastorales una explicación sencilla que ayude a su comprensión.

Brevemente propongo un resumen del contenido de la carta utilizando los mismos epígrafes que aparecen en el desarrollo del mismo.

Introducción, en la que se explica la razón del título (iluminar la vida), el motivo (50 aniversario de la apertura del Concilio, celebración del Año de la Fe) y dos pequeños apartados, ¿una fe ilusoria? y Una luz por descubrir.

Capítulo I. Hemos creído en el amor (cf. 1 Jn 4, 16), con varios subrayados: Abrahán, nuestro padre en la fe; la fe de Israel; la plenitud de la fe cristiana; la salvación mediante la fe, la forma eclesial de la fe.

Capítulo II. Si no creéis, no comprenderéis (cf. Is 7,9), con los siguientes apartados: Fe y verdad; Amor y conocimiento de la verdad; la fe como escucha y misión; diálogo entre fe y razón; fe y búsqueda de Dios; fe y teología.

Capítulo III. Transmito lo que he recibido (cf. 1Cor 15, 3), que se desglosa en estos epígrafes: la Iglesia, madre de nuestra fe; los sacramentos y la transmisión de la fe; fe, oración y decálogo; unidad e integridad de la fe.

Capítulo IV. Dios prepara una ciudad para ellos (cf. Hb 11, 16), con los siguientes apartados: Fe y bien común; fe y familia; luz para la vida en sociedad; fuerza que conforta en el sufrimiento.

Termina con una significativa mención a la Virgen María, Bienaventurada la que ha creído, a la que propone como modelo de fidelidad y totalmente implicada en la confesión de la fe. Resume en pocas líneas la maravillosa historia de la Madre de Jesucristo a la que dedica las últimas líneas del texto en forma de oración. Quisiera subrayar una parte de la misma en forma de petición: "Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino".

Sólo con el repaso de los títulos de las diferentes partes de la encíclica, percibe el lector un perfecto elenco de aspectos que conforman la realidad de nuestra fe en el Señor. Fundamenta en la Palabra de Dios, define la fuente de conocimiento basado en la fe y en el amor, ataja las grandes cuestiones que preocupan permanentemente al ser humano como la búsqueda de la verdad, señala cómo transmitir la fe recibida y celebrada para terminar desarrollando las obras que produce, como una consecuencia lógica, la misma fe con la que compartimos los seguidores de Jesucristo el destino y el servicio a la humanidad.