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Me sorprendió encontrarme en 'La Cerería' de Mahón con varios óleos de Eduardo Vega de Seoane (Madrid, 1955) y me enteré de su vinculación con Menorca y de que en 2011 había expuesto en la galería Encant. Su primera exposición fue en 1985, en la I Muestra de Arte Joven del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Desde entonces expone mucho en Bilbao, en la exquisita galería de Juan Manuel Lumbreras, en cuyo último catálogo se recogían algunas reflexiones del pintor: "Los títulos de algunos de mis últimos trabajos hablan de fuego, montaña, sueños, pócimas, volar, miradas, bailar, esencias...
Ahora mismo me encuentro buscando una forma de expresarme más primitiva y auténtica. Las pizarras y los muros son los soportes de esa autenticidad expresiva que estoy buscando. Cuando iba al colegio de niño me habría gustado quitarle de las manos la tiza y el borrador al profesor para poder escribir y borrar como él. Es una especie de símil de lo que es nuestra vida escribiendo y borrando constantemente. Los muros son para mí espejos de la existencia humana. Algunas veces vemos en ellos escritos que nos hacen reír o incluso dibujos o pinturas de buena calidad que quedarían bien en un contexto artístico.
Podemos retrotraernos a los hombres prehistóricos para encontrar auténticas creaciones en las paredes de las cuevas. Nuestros antepasados pintaban para atraer a los animales que querían cazar, tenía un significado mágico. Para mi pintar siempre es algo mágico, me gusta la sensación de no saber lo que va a pasar y al mismo tiempo da sentido a mi vida".

Vega de Seoane abandonó la carrera de I.C.A.D.E. por la pintura, tras desechar la idea de dedicarse al cine; empezó copiando postales del museo Van Gogh, que influyeron en los temas intemporales de sus primeras obras, más figurativas: bodegones, desnudos y algunos paisajes que pronto abandona por un expresionismo abstracto y muy barroco; de ahí pasa a la simplificación con una pintura más espacial y libre, impregnada de sensaciones de color, olores y paisajes, y se instala en el espacio y en la libertad que constituyen las características de sus obras y, sin duda, sus objetivos. Vega de Seoane fue profesor de baile y en su pintura se notan el ritmo y la espontaneidad, la armonía en la organización del espacio, en la búsqueda del aire, en la estructura de la composición, y la sugestión en su relación última con el espectador, a quien busca emocionar para que continúe la historia que él, como artista, comienza en cada cuadro, donde crea un universo inédito dominado por el color en combinación con las formas dinámicas. Su pintura es espontánea, internamente coherente y muy gestual, hecha de pinceladas enérgicas, grafías y manchas de color, a través de un lenguaje personal y, como no podía ser menos, evolutivo, con el que consigue crear un mundo propio que sin él no existiría, como expresión de la propia espiritualidad de su autor: "Ese lenguaje es tu identidad como artista, el denominador común de tu obra, que en ocasiones puede llegar, incluso, a coartar la libertad. Parte de mi trabajo consiste en evitar que eso suceda, hay que ampliar tu lenguaje para seguir aprendiendo a ser libre. Lo que me interesa más que nada es que mi pintura esté viva, para ir ganando parcelas de libertad. El lienzo es un terreno infinito. Por eso, lo peor que te puede pasar cuando llevas un tiempo en esto es encontrar una fórmula. Ésa es la muerte".

No sé por qué, pero su pintura me recuerda a Vassily Kandinsky (1866-1944) cuando pintó en 1912 'Mit dem schwarzen Bogen' (Con el arco negro), un óleo sobre tela (189 x 198 cm.) donado en 1976 al Museo del Louvre por Nina Kandinsky, caracterizado por un arco negro que acerca los tres bloques de colores existentes en el cuadro, púrpura, rojo y azul, a modo de tres continentes que chocan y convergen entre sí a través de la espiritualidad que esconde la línea negra del arco. Como Vega de Seoane, Kandinsky también se decantó por la abstracción y la espiritualidad, reflexionó sobre el arte y su estrecho vínculo con el yo interior, y pintó con gran ardor interior, gruesas líneas negras y la libertad cromática de los fauvistas tres tipos de obras: impresiones, reflejo de su fascinación por la naturaleza y sus formas; improvisaciones, expresión de sus emociones interiores; y composiciones, convivencia de la intuición y el rigor compositivo en una búsqueda personal de formas inventadas y trasladadas al cuadro a través de una combinación compleja de colores inspirados en signos geométricos.

Me atrevería a concluir diciendo que tanto Kandinsky en su época como Vega de Seoane hoy sólo ven en sus cuadros la belleza indescriptible de sus formas y colores, sin importarles los objetos ni los temas incomprensibles que pudieran parecer que representan.