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Se dice que la escultura es el medio artístico más aglutinador de la gente creativa y que los artistas más acreditados son escultores: Pablo Picasso, Antoni Clavé, Julio González, Pablo Gargallo, Alberto Sánchez Pérez, Pablo Serrano Aguilar, Eduardo Chillida, Jorge de Oteiza, Martin Chirino, Joaquín García Donaire, Antonio López, Juan Navarro Baldeweg, Susana Solano, Juan Muñoz, Eva Lootz, Cristina Iglesias, Miquel Barceló, Elena del Rivero, Francisco Leiro, Pello Irazu, Blanca Muñoz, Jaume Plensa y el propio Carlos Albert: la primera vez que vi una escultura suya me quedé impresionado por su fuerza de atracción; siempre he pensado que las buenas esculturas te llaman, que cuando necesitas acercarte y tocarlas es porque se ha iniciado un proceso de diálogo que, a la postre, constituye el objetivo del artista cuando esculpe: acercar su obra al espectador para que entre en la misma y la haga suya. Con 'Jabalón', nombre para una escultura cogido de un afluente del río Guadiana que discurre por el Campo de Montiel, en la provincia de Ciudad Real, y que ilustra este artículo desde dos perspectivas distintas, me pasó eso, pero más: encontré reflejada en esa espléndida pieza de hierro forjado una serie de sentimientos que actuaban a modo de un imán, una especie de magnetismo hacia un campo en el que te sentías muy cómodo y del que alejarte suponía algo así como el tirón que notas cuando separas una pieza del imán que la retiene.

Alumno del taller de escultura en forja impartido en la Fundación Marcelino Botín de Santander en 1.999 por Martín Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925), el escultor que convirtió las espirales y el viento en el símbolo de su obra desde que en su infancia viera cómo el viento levantaba en la playa de las Canteras espirales de arena y descubriera después, grabados sobre las rocas basálticas de su tierra, los petroglifos en forma de caracol tallados por los guanches, primitivos pobladores de Canarias, toda una mitología creada por el hombre para sobrevivir y como reflejo de su preocupación por trascender. En algún predio de Menorca he podido ver antiguas hendiduras en roca a modo de canaletas para conducir el agua de lluvia a las cisternas, aprovechando así hasta su última gota. Aunque a primera vista los trabajos de Albert pueden recordar a artistas como Chillida –tan vinculado a nuestra isla- o al propio Chirino, pero viendo en conjunto su obra se pueden apreciar aspectos tan personales como su tendencia a buscar el vuelo o el movimiento y una simbología propia como la línea horizontal y la simetría de la cruz, que individualiza su obra, siempre coherente, y donde cobran protagonismo la geometría y los juegos de luces y sombras que proyectan sus piezas. Empezó modelando barro y tallando madera, pero se decantó por el hierro y el acero cortén, principalmente, para crear volúmenes y conformar espacios en su taller de Velilla de San Antonio, donde trabaja con sus gafas protectoras, sus guantes y su mandil de cuero: el hierro, porque pese a ser un material frío permite expresar emociones a través de los volúmenes; el acero cortén por su calidez rojizo-anaranjada, resultado de su alto contenido en cobre, cromo y níquel, y por su aptitud para su exposición a la intemperie, al estar protegido de la corrosión atmosférica por la composición química que se utiliza en su fabricación.

Partidario de la exhibición de su obra a través de internet, para él la galería del futuro, Albert se considera no obstante un artista muy tradicional que se guía por valores tangibles y clásicos como la composición y el dibujo. Obra de síntesis abstractas, apoyada en la formación clásica de un autor que en el proceso de creación se deja llevar por la intuición, y cuando empieza a trabajar no tiene la plena seguridad del resultado a obtener. En Albert sus esculturas parten del dibujo, que domina, combinando formas y colores. A partir del dibujo, la escultura, cada una independiente y referida a un tema específico, donde el título suele ser algo meramente anecdótico, pues lo importante es el sentimiento que evoca lo que representa: barras de hierro que trabaja de forma lineal, como si estuviera dibujando de forma espontánea, curvándolas, creando luces y sombras, construyendo volúmenes, ocupando huecos y dejando vacíos para sacar de los espacios toda su expresividad y poesía, donde la composición depende muchas veces no del componente de la obra, sino de los propios espacios; en Albert asombra su facilidad para manipular el material como si fuera un dibujo y la posibilidad de crear espacios en el vacío. Como decía Oteiza, espacio es lugar, un sitio en el que se desenvuelve el artista y en el que trata de realizar su escultura, que puede estar ocupado o sin ocupar. Pero el sitio sin ocupar no es el vacío; el vacío es la respuesta más difícil y última en el tratamiento y transformación del espacio. El vacío se obtiene, es el resultado de una desocupación espacial que es su energía, la fuerza creada por el escultor, la presencia de una ausencia formal. En física el vacío se hace, no está; estéticamente ocurre lo mismo, el vacío es un resultado, resultado de un tratamiento, de una definición de un espacio al que ha traspasado su energía, una desocupación formal: por eso un espacio no ocupado no puede confundirse con un espacio vacío.

Para Albert, la escultura tiene mucho de dibujo y las barras de hierro acogen su manipulación lineal, como si estuviese haciendo de sus piezas dibujos tridimensionales. El hierro a pesar de ser un material frío, duro y pesado cobra expresividad por sí mismo y despierta emociones a través de volúmenes no solo con lo que ocupa sino también con el vacío que deja, lo que no permiten otros materiales como la piedra, más difícil de manipular y generadora de volúmenes opacos y de lleno total. De ahí el cuidado por Albert de la materia y del comportamiento de la misma. Albert quiere minimizar lo superfluo y busca el movimiento con una forma de interpretación muy personal, guiándose por la intuición para, con oficio, muchas horas de trabajo y un virtuosismo que le permite manejar con equilibrio la geometría, lograr una obra armónica donde el material y la forma quedan reducidas a la concepción que el artista tenía de la misma en su cabeza, con lo que pretende provocar sentimientos y reflexiones en el espectador. Desde el espacio, con su hermano el tiempo, bajo la gravedad insistente, sintiendo la materia como un espacio más lento, se pregunta con asombro sobre lo que no sabe, que diría Chillida.