Lamento el mal estado de esta fotografía, pero es un testimonio de cómo colocaban las canastas. De izquierda a derecha, Gregorio Caules Llull, Conrado Montalán, Antonio Riudavets Borrás, "Toni es cònsul", "en Bonxa" y Juan Taltavull, " S’obracoc". A la derecha se observa una imagen ¿? (Archivo Margarita Caules )

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Los mortales poseemos nombre y apellido. En un tiempo, los hubo que ni tan siquiera lo conocían. En cambio no ignoraban su apodo. Mientras a mi abuelo paterno, oriundo del blanco pueblo ribereño de Fornells se le conocía por Jaime "es seguer", heredado de un antepasado que en tiempo de siega, partía a pie del pueblo pescador para ir a segar a la finca de Tirant. Esta referencia pasó de unos a otros, dando por bueno "aquell mal nom".
Así quedó hasta los años ochenta del pasado siglo que rebuscando entre cajones y viejas carpetas di con la verdad de la cosa. Su abuela paterna se apellidaba Seguer, desvirtuándose hasta que se les conoció por Segue.

Otra anécdota consiste en que mi padre no fue continuador del apodo paterno, como hubiera sido lo lógico. No. Con tan solo diecisiete años entró en Transportes Militares de remero en una pequeña falúa que hacía las veces de enlace para transportar enfermos, visitantes, médicos, personal civil y jerarquías militares desde el embarcadero de Fontanillas de Villacarlos con la Isla del Rey, sede del Hospital Militar, para más tarde entrar en las motoras. Lo cual le confirió ser bautizado por el pueblo, conociéndolo por "En Gori de ses motores de la Mola". De aquí que a una servidora se me conozca por Na Margarita Gori, na Margarita de ses motores, acabando con na Margarita 'des diari'. Agradeciendo a quien deba hacerlo no me hagan elegir, ya que todos me encantan, y me identifico con ellos.

Lo bueno del caso es que a Jaime Caules Taltavull, padre de Gori, se le hubiera podido denominar en Jaume de sa falua de la Mola, cincuenta años de patrón de la misma daba para ello. Este cúmulo de relaciones con la Fortaleza de Isabel II me obligan, o mejor diría yo, me invitan a que con frecuencia hable del lugar, desde mi mas humilde contexto. Para ello se encuentran grandes especialistas, mi querido Francisco Fornals, "per jo en Quico" y el que fuese compañero de pupitre José Luis Terrón.

Voy a intentar dedicar unas líneas con estas vivencias que no se encuentran en los grandes libros, donde guardados fielmente por sus archiveras, dan honor y gloria a la Fortaleza de Isabel II. Las ciudades son vivas, no todo se encuentra en grandes acontecimientos, el devenir de la vida da para mucho, intentaré complacer a Juana Catalá, con la que inicié un vínculo de amistad, a la vez que de admiración, años atrás cuando sus labores allá en la Contramurada me encandilaban. Continúa tal cual, al escucharla con qué amor habla de estas piedras y esta tierra arenosa que tantas veces pisaron los míos y por donde jugué, tomé baños de mar, en aquellos días de mi infancia cuando iba descubriendo la belleza de mi puerto, Puerto Mahón.

Siempre es grato recibir una invitación, se agradece el detalle que se acuerden de ti. Como lo fue la recibida para asistir el sábado 3 del actual a la inauguración de la exposición bajo el lema, "La Mediterrània del segle XX. Realitats i mirades". El director general de l'Institut Europeu de la Mediterrània, Andreu Bassols, disertó sobre la importancia de nuestro mar, el que envuelve nuestra isla, el Mediterráneo. Gracias a una selección de entre 17 millones de fotografías de la agencia Efe, se ha podido llevar a cabo. Haciendo una llamada desde esta página a cuantos aman el Mare Nostrum y la historia vinculada con el mismo que es mucha, acudan a dicha exposición, "xalaran".

Mientras recorría los impresionables paneles fotográficos, no pude por menos de recordar la cantidad de vivencias en la Mola. Lamentando que en mi archivo particular de algo más de 4.000 fotos antiguas (ninguna de ellas es de ámbito personal, éstas se hallan en otra contabilidad) no tenga ninguna de mi infancia "allà dalt".

En aquellos momentos, muy pocos eran los que disponían de cámara. Y por el contrario los habrá que tendrán mi imagen infantil en algún cajón de cualquier lugar de España. Se trataba de los militares, como los llamábamos, aquellos jefes que si solían apuntar a su pequeña máquina de fleje al tiempo que recomendaban sonreír, que va a salir un pajarito, por favor no os mováis obedeciendo a la vez que con la risa se mostraba la falta de algún diente, "per haver dit mentides". Más adelante, no te reías, por mucho que te insistieran, no fueran a ver el desmadre de dentadura, "ses dents grosses massa grosses" y sobresalientes, una lástima entristeciendo mi rostro, con posturas y muecas poco usuales. Era tanta mi vergüenza…

Poco o nada voy a decir de nuevo que los mahoneses no sepan. Dos eran los remolcadores encargados del transporte marítimo militar entre Baixamar y la Fortaleza. La número 1 y la 2. Mi padre, "al cel sia", iba de primer motorista con la primera, navegaban semanas salteadas. Cuando él estaba de servicio yo iba todos los días a bañarme en aquel lugar. Al toque de las doce en el reloj de la Estación naval, se escuchaban al unísono el ronronear de los potentes motores Hispano Suiza de 45 HP cada uno, a la vez que el patrón desde su camareta indicaba las órdenes correspondientes de avante, quitar amarras, tirando la plancha hacia el muelle.

Solía ir llena de pasajeros. Militares que por la mañana habían bajado a Mahón para ir al Gobierno Militar o a cualquier jefatura. A veces lo hacían acompañados de sus esposas que aprovechaban la mañana para ir a la peluquería, de compras, a la modista o sencillamente para dar una vuelta por la ciudad, tal vez aburridas de la tranquilidad del penal.

A popa colocaban las canastas de la compra, garrafas y demás, bajadas por el carro tirado de la mula y el soldado encargado del mismo. Aquellas verduras elegidas entre las mejores, pescados y carnes no iban destinados a los soldados, pero sí a los alféreces y mandos. Las provisiones de los acuartelamientos eran distintas.

Precisamente, una de las épocas bonitas de la Mola, era en verano. Subían familiares de jefes a nadar, bajando al igual que esta servidora a las catorce treinta, llegando a Baixamar a las 15 en punto, todo era muy matemático.

A la subida se paraba en la Isla del Rey donde se encontraba el Hospital Militar, bajando y subiendo otros que habían quedado de buena mañana procedentes de la Mola para ir a la consulta, o vaya usted a saber a qué. Continuaba hasta Es Castell repitiéndose la misma historia, subidas y bajadas. Por último, después de pasar por el canal de San Jorge o de Alfonso XIII, dejando a mano derecha la isla del Lazareto, se divisaba el hangar, que en 1950 "estava més fotut que una altra cosa", hasta que fue reparado por la sección de albañiles, entre ellos muchos "penitos".

Por fin y por último, allá arriba a mano derecha, la caseta. La de los boteros, donde descansaban los tripulantes del remolcador, mientras unos dormitaban otros aprovechaban para comer, como era el caso de aquel mecánico al que tantas veces cito en mis 'xerradetes', "En Gori".

Una vez amarrada la embarcación frente a la escalinata de los Griegos, la misma de la cual tantas barbaridades se han llegado a contar y escribir, como que la reina Isabel II al ir a visitar la Mola en 1860 se arrodillo en uno de los escalones para besar el suelo. Hay que ser troleros para decir tal barbaridad, Isabel, ni tan siquiera podía calzarse los zapatos debido a su volumen. Mucho menos agacharse.
margarita.caules@gmail.com