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Bueno, entendido. No soy médico ni oftalmólogo sino diseñador de estrategias corporales o productor de performances oculares o artista de la mirada, vete a saber, d'accord, monsieur. Ah! Y tampoco columnista, sino arquitecto de palabras impresas. Queda guay, pero hablábamos de una de las notoriedades del verano: la práctica desaparición de los hombres de pelo en pecho. ¿Por qué se han ido?, ¿qué hacemos los supervivientes?, ¿tenemos derecho a pasearnos por las playas a pecho descubierto sin ser vilipendiados por jurásicos o pasto de crueles burlas por feos?, ¿queda todavía alguna mujer, de cincuenta para abajo, a quien aún le gusten los rizos pectorales?

Avanzo ya que no me pienso afeitar el pitarram por mucho que me digan que es antiestético, insalubre y pegajoso (¿cómo aplicarse crema bronceadora ahí?), no sólo eso sino que me he comprado un panamá para pasear pilosidades por el litoral sin que se me incineren las neuronas. En época del diseño, me rediseño a mí mismo, un senectescente orgulloso de seguir leyendo periódicos y libros de papel, llevar un sombrero clásico, escribir con estilográfica, no beber ginebra con cobrómbol o no tener la más mínima intención de comer raspas de pescado gratinadas que, según me cuentan, es lo último.

Porque uno está hasta el gorro de diseño, diseñadores y artistas a tanto el quilo. Y es que incluso los productos que antes eran utilitarios y tenían poco que ver con la dimensión estética (teléfonos, gafas, relojes, material deportivo o de oficina, etcétera) son actualmente redibujados por diseñadores y artistas de vanguardia, estilistas que invaden hasta los territorios de los olores, los sonidos, las sensaciones táctiles. En la era del capitalismo transestético que nos describen Lipovetsky y Serroy, no se vende solamente un producto, sino un estilo, una elegancia, belleza, lo cool, la emoción, la personalidad… ¡La estética!, la nueva diosa que ha dictaminado que el hasta ahora muy viril pelo en pecho tiene que pasar a la historia y que ya no hay fronteras entre la estética masculina y la femenina.

Pues va a ser que no, a mí nadie me afeita el pecho. Al capitalismo artista, que le den.

Cuerpo a tierra que vienen los nuestros

Un joven economista madrileño especializado en inversiones en el extranjero (lo único que funciona, al parecer), se pregunta, mientras cenamos cerca de Cala Rata, que qué narices hemos hecho entre todos con nuestro país (ni media palabra más o menos sectaria sobre presuntas culpabilidades), y que lo mejor que pueden hacer los jóvenes es emigrar. Que los adolescentes de la vejez disfrutemos lo que podamos con nuestras exiguas pensiones pero que para ellos no hay país posible.

Mi gozo en un pozo: a la salida compruebo que del susto se me han caído todos los pelos del pecho…