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De privilegiados, lo mínimo. Empieza a cansarme oír en los corros que frecuento con amigos que los que tenemos trabajo somos unos privilegiados, que no sabemos la suerte que tenemos y bla, bla bla. Cansa porque parece que debemos estar, a cada segundo que pasa, agradecidos a la autoridad celestial como si fuéramos una 'rara avis' y andar con el del culo prieto por si pasa algo y nos ponen de patitas en la calle.

Parece que hemos olvidado la arenga del profesor de turno en la que nos espoleaba a estudiar duro y de forma eficaz para labrarnos un futuro ya fuera a través de una carrera universitaria, una formación profesional o un simple curso de cocina por correspondencia. Ahora, todos esos profesores agachan la cabeza conscientes de que su discurso surtió el efecto deseado pero resulta que lo del trabajo anda de capa caída.

¿Qué le soltarán ahora los maestros a la generación del mañana para animarlos a que no abandonen los estudios? Cuando frecuentaba el instituto, algunos compañeros arrojaron la toalla para ponerse a trabajar en la construcción donde el dinero, tiempo ha, manaba como una fuente. No me imagino ahora al tutor gestionando el marrón que le ha caído entre las manos. "Si no estudias, no encontrarás trabajo... Y si estudias tampoco lo encontrarás". Entonces tumbarse a la bartola se presenta como la opción más atractiva, lamentablemente. Para alumnos y para los profesores. Cuando te encuentras con un sol de justicia que invita a ir a la playa o disfrutar del día pero debes cambiarlo por pudrirte delante de un ordenador mientras parece que las horas no pasan, es entonces cuando cariacontecido recuerdas aquello de que en el fondo eres un privilegiado. ¿Verdad?