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A principios de este año la Casa Blanca tuvo que responder a la iniciativa de 35.000 personas que reclamaban la construcción de la Estrella de la Muerte. Este icono del universo ficticio de Star Wars creado por George Lucas es una gigantesca estación espacial de 160 kilómetros de diámetro cuya finalidad es extender el terror y opresión entre los pueblos libres de la Galaxia. A pesar del indudable interés mostrado por los fans y del deseo compartido de "crear empleos y fortalecer la defensa nacional", el jefe de la oficina presupuestaria de la Casa Blanca para la Ciencia y el Espacio, Paul Shawcross, comunicó que la Administración de Obama no tenía pensado construir la temible estación espacial. La negativa del Gobierno estadounidense se basaba en tres motivos. En primer lugar, la Casa Blanca no era "partidaria de la destrucción planetaria" lo que, desde luego, contribuyó a aliviar el miedo de los ¿marcianos? que observaban atónitos el desarrollo de los acontecimientos. En segundo lugar, el coste de las obras sería extremadamente elevado pudiendo alcanzar la cantidad aproximada de 650.000 billones de euros. Sobre esta segunda cuestión –desde luego, la más relevante- Paul Shawcross añadió que la Administración no quería "incrementar el déficit", sino más bien "reducirlo". Y, en tercer lugar, la Casa Blanca consideró que la construcción de la faraónica estación estelar no iba reportar ninguna utilidad, máxime cuando podía ser destruida por una sola nave espacial.

Antes de que llegara la crisis, en España hemos vivido tiempos de bonanza en los que el dinero fluía tan rápido como el agua antes de desbordarse por una cascada. Una de las inversiones características de esta época fue, sin duda, la construcción de grandes infraestructuras públicas. Durante la belle époque -¡qué lejos queda ya!- nuestro país se lanzó a un ambicioso proyecto constructivo que pretendía situar determinadas infraestructuras en el primer plano internacional. Construimos velódromos, palacios de congresos, kilómetros de alta velocidad, aeropuertos, centros de exposiciones, nuevos diques. Sin embargo, ¿era todo necesario? ¿No existía otra forma de progresar como sociedad?

A través de los medios de comunicación la ciudadanía ha escuchado atónita algunos datos escalofriantes sobre la dudosa rentabilidad económica y social de algunas de estas infraestructuras. Así ha ocurrido, por ejemplo, con el desarrollo de la alta velocidad. En apenas veinte años, España se ha convertido en el segundo país del mundo con este tipo de transporte después de China. Sin embargo, dos de cada tres estaciones de Ave tienen menos de 250 pasajeros al día. Un ejemplo singular de la infrautilización de este transporte es la línea que conecta las ciudades de Zaragoza y Huesca. En su día se invirtieron 80 millones de euros de recursos públicos para establecer un servicio de alta velocidad que en el año 2012 fue utilizado por una media de 5 personas al día cuando el tren tiene capacidad para 300 viajeros. Más escalofriante es el caso de Tardienta, un pueblo de apenas mil habitantes, que constituye la estación de alta velocidad con menor número de viajeros del mundo.

Durante los años de la belle époque nos convertimos en el país europeo con mayor número de aeropuertos. Casi uno por provincia. A pesar del intento de mejorar las conexiones aéreas, lo cierto es que un tercio de estos aeropuertos tiene menos de 260 pasajeros al día. Algunos, sin embargo, ni tan siquiera reciben usuarios. El aeropuerto de Castellón supuso una inversión de 150 millones de euros y todavía carece de licencia para operar vuelos lo que le ha convertido, sin duda, en uno de los iconos internacionales –amén de la estatua- que han caracterizado la época dorada del despilfarro.

Después de repasar estos datos, ¿no creen que en España también habríamos construido la Estrella de la Muerte? Desde luego, hubiera sido un proyecto grandioso que nos habría convertido en el primer país del mundo con una estación espacial… ¡con capacidad de destrucción planetaria! Ni que decir tiene que los fans galácticos hubieran rebosado de alegría…. Quizá el único problema del proyecto es que por culpa de la crisis no habríamos terminado las obras. O... peor incluso: tendríamos nuestra flamante estación espacial ya terminada y estaríamos buscando algún comprador que nos ayudara a pagar la cuantiosa factura.
Esperemos que, en las próximas entregas de nuestra historia contemporánea, sigamos las recomendaciones del Maestro Yoda -virtud, orden, justicia- y la Fuerza nos acompañe para evitar caer en el reverso tenebroso que nos ha conducido a la situación actual.