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Querido líder, disculpa que me permita la licencia de escribirte de nuevo, a sabiendas de que eres un hombre terriblemente ocupado (creo que ni siesta te echas).

Mi atrevimiento se justifica en esta ocasión porque llevo días escuchando –durante mis desplazamientos en coche desde mi cubil (vivo solo y no soy demasiado constante en el marujeo doméstico) hasta mi lugar de trabajo- a algunos de tus compañeros de partido sabiamente interrogados por los profesionales que Radio Nacional dispone al efecto de que los entrevistados puedan dar fe con distinta graduación de euforia (según sean más o menos gallardones) de que una nueva y brillante etapa en la historia de España se abre ante nuestros tan fascinados como incrédulos ojos.

Debo confesarte, querido Mariano que he notado una pequeña disfunción (producida sin mala intención, estoy seguro de ello, no me malinterpretes) en el rigor de la argumentación (o consigna de maitines, como más te guste llamarla, entrañable benefactor) que repiten fielmente todos los embajadores que acuden a los medios con el afán de evitar que nos pase desapercibida la buena nueva del cambio de signo en la suerte nacional, a saber:

Sostienen (pletóricos) los voceros del "fin de la penuria" que dado que el pecio llamado España parece empezar a reflotar, es momento de aunar esfuerzos para que se consolide la tendencia y que conviene por tanto olvidar el asuntillo incómodo y llamativo, pero anecdótico al fin y al cabo de los sobres cobrados o no por la cúpula del partido etc etc. Nos aleccionan con el oportunísimo axioma de que remover el pasado no beneficia en el momento actual el correcto encarado del brillante futuro. Añaden que quien pidiera explicaciones por el business Bárcenas, haría un flaco favor a los españoles, pues desvía la atención de lo que realmente importa: la bajada de la prima de riesgo etc.

Ésta es básicamente la línea argumental que detecto en el estribillo de todo lo que escucho últimamente de labios de tus estimables colaboradores, y de tu mismísimo discurso, carismático salvador.

Ahora bien, querido Mariano, convendrás conmigo en que la unión en un todo inseparable de ambos conceptos (el fin de la recesión y el olvido de los sobres) está cogido un poco por los pelos. Imagina, Mariano, que Urdangarín (por poner un ejemplo) encontrara idóneo que olvidáramos sus circunstanciales flaquezas pasadas en virtud de que viene ganando a sus amigos varias partidas de dominó seguidas. Lo encontrarías un poco forzado como argumento, ¿verdad Mariano?

Pues eso. Quiero decir que si fuera necesario aplaudir el gran logro de que la crisis no sea eterna y celebrar la posibilidad de que haya terminado el ciclo bajista, y si decidiéramos dedicarte a ti los vítores que esta circunstancia reclamaría (y no a la lógica del sistema capitalista que se mueve como el Cantábrico en flujos y reflujos), lo aplaudiremos con entusiasmo, pero no nos pidas que a cambio olvidemos el tema de Bárcenas. Nos cuesta olvidarlo Mariano, porque el dinero que contenían los sobres (si existieron, cosa harto probable si creemos a Cristóbal Paez, a otros confesos receptores y al cúmulo de casualidades que lo señalan) sería nuestro dinero, y es humano que queramos saber quién lo ha fagocitado. Porque si lo hubieran pillado, Mariano, quienes sospechamos, la cosa tendría bien poca gracia, y honestamente preferiríamos que no se corriera frente a los culpables un tupido velo. Más bien, Mariano, nos gustaría mucho verlos pagar su descarada infamia, suba o baje el PIB, el déficit comercial o la madre que lo parió.

Saluda cariñosamente al pavo que borró el disco duro del ordenador de Bárcenas; estuvo francamente diligente. Salúdame también en diferido a la Cospe, de quien escucho a veces en la hora de la siesta (la tengo grabada) su narcotizante conferencia explicativa del sudoku contractual barcenesco.

Lamento finalmente (no quisiera aburrirte) el chasco, querido Mariano, que te has llevado en Buenos Aires; y más que por ti lo siento por la cúpula de la CECAC (Confederación Española de Choris, Arrimaos y Comisionistas) que se habrá quedado de piedra al comprobar como el pastel se desplaza íntegro y apetitoso hasta Tokio, demasiado lejos quizás para sus ávidos tentáculos. Imagino que, en vista del secarral en que se ha convertido el caladero español en cuanto a la pesca de sobres en virtud de la paralización de la economía y de la sobrepesca practicada con anterioridad, hubieran agradecido sobremanera el maná de los juegos para dotar al patio de nuevos canales para el trinque.

Que no se depriman. Seguro que encuentran pronto una alternativa. Tontos no parecen.