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Nos burlamos de los que mienten y los que roban, de los charlatanes hueros y todos sabemos que estas cosas sólo pasan en este país.

Me acuerdo de «El pobrecito hablador» nada menos de los tiempos en que estudiaba preuniversitario en el colegio salesiano de Mataró. Debía de ser allá por el año 1966. Mataró era una ciudad industrial, con una bonita plaza de Santa Ana donde uno podía sentarse en las terrazas de los bares y ver pasar a las chicas que por entonces parecían ir todas de uniforme: botas de caña alta, falda gris, jersey de cuello alto y chaquetón marinero de un azul casi negro. En una calle adyacente echaban La muerte tenía un precio, con Clint Eastwood de estrella del Espagueti Western. Más abajo había una granja donde podías comer platos de nata con azúcar y beber tazas de chocolate espeso. Era la época de los Beatles; en una tienda de la misma calle compré Revolver, un LP que me saltó por los aires al escucharlo en un tocadiscos de maleta, sobre la cama del colegio. Una vez fui a una peluquería de aquella misma calle; me dejaron el pelo largo, igualado y me pusieron tanta laca que me daba la impresión de que llevaba un casco, o que tenía sobre la cabeza una capa de cutina como los élitros de un escarabajo. Recuerdo que había también un estanco, en esa misma calle, y que mis compañeros fumaban Mencey mentolado; pero yo nunca logré acostumbrarme.

El pobrecito hablador era uno de los seudónimos con que firmaba Mariano José de Larra, un romántico, español afrancesado, de quien decían que le dolía España, como a los hombres del 98, y que tenía un par de artículos medio costumbristas, medio amargados que yo encontraba fascinantes. Algunos aun resultan de actualidad, como el titulado En este país. La gente de este país aún sigue denostando de lo suyo como si nosotros mismos fuéramos nuestros enemigos. Seguimos burlándonos de lo nuestro y algunos aprovechan para robárnoslo desde las más altas esferas; está lleno de pobrecitos habladores que se ganan la vida hablando en televisión y de caraduras que mienten con desfachatez porque todos sabemos que estas son cosas que sólo pasan en este país.