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A mi el otoño me sienta como una patada en los mismísimos. Como el TIL a la 'Marea verde' y a la que no es tan verde, más o menos. Me gusta el contenido pero no las formas. La llegada del mes en el que a las hojas les da por caer es tierra de nadie. No es cosa de un día, la estación en concreto lleva años jorobándome con una capacidad y una eficacia admirable, veo que pasan los años y no hay forma de que se arregle el estropicio.

En un análisis simple y plano, el otoño se queda a mitad de camino entre el verano y el invierno. Es como el miércoles, ese maldito día que te recuerda que todavía falta pasar por el jueves para llegar al ansiado viernes. Los días parece que son más largos en esta estación, no por las horas de sol, que son cada vez más escasas, sino porque el reloj avanza con una parsimonia que se pega a todo cuánto nos rodea y a ratos adelantarías los segundos, los minutos y las horas a patadas. Cruelmente y por la espalda.

Y eso sin contar las moscas. Parece mentira que algo tan pequeño tenga la capacidad de tocar tanto las narices. Porque si los bichejos en cuestión son capaces de estropearte una buena siesta, echar una cabezadita se vuelve una tarea todavía más complicada cuando detrás de ellas marcha mi madre armada con el 'matamoscas' típico y pringoso soltando golpes con la misma fortuna que un francotirador vizco. Entre el 'plaf' de cada palada fallida y el descojone de las moscas viendo a 'na Bel' luchar sin suerte contra el destino, no hay Dino, ni mi padre ni yo, que recargue las pilas en el sofá.

En el rincón más oscuro y perverso de la mente, aquel que Freud recorría apasionadamente haciendo y deshaciendo, tenemos grabado a fuego que el otoño significa volver al colegio y, para qué negarlo, sin haber hecho los deberes. El castigo de volver a la rutina del despertarse pronto y de mala gana.

El otoño, inseguro como un funambulista antes flirtear con el alambre, no acostumbra a saber si tiene que ofrecernos calor o frío y suele castigarnos con flamantes solanos en los días laborales y lluvia con viento el fin de semana. Mientras se parte de risa maquiavelicamente, claro.

La verdad es que me deprime pensar que tendré que ir deshojando el otoño y el invierno hasta que a la primavera le dé por sonreír. Se hace duro este tramo del año, lo hemos pasado tan bien durante estos últimos meses y se nos ha hecho tan corto, que ahora las noticias nos parecen más malas. Aunque los que las protagonicen sean los mismos cansinos de siempre. ¿Moraleja? Queda un 'Asseguts a sa vorera' menos para el verano. Malditas moscas y moscones. 'Plaf'.