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Cualquier tiempo pasado fue mejor, gracias a la nostalgia, y quienes dicen que antes hacía más frío que ahora tendrían que tener en cuenta el hecho de que las casas de nuestros padres estaban peor protegidas que las de ahora. En Europa la guerra fría se prolongó durante muchas décadas, aunque ya sabemos que Spain is different y a lo mejor aquí todavía dura. Hubo un espía que volvió del frío (John Le Carré, The spy who came in from the cold), pero no sé si nosotros hemos regresado. Esto es lo que me hacen pensar las tensiones en torno a la educación y la lengua, entre otras. Si echo una mirada atrás, a la época del frío, me quedo helado. Recuerdo los sermones de los curas, que sólo eran buenos si eran castellanoparlantes. Uno no tenía que fijarse demasiado en lo que decían, sino en cómo lo decían. Pero si el predicador era uno de por aquí tenías que agarrarte al duro banco y aguantar el chubasco. No aprendías ni una palabra, y corrías el riesgo de estropearlas todas.

La época que siguió fue un poco más templada, pero durante años me aburrí soberanamente en los claustros de instituto. Algunos profesores repetían hasta la saciedad que la disciplina era el caballo de batalla de los padres, como si la educación fuera una guerra medieval. Hubo quien llegó a aconsejar que hiciéramos «cama redonda», cuando quería ensalzar los méritos de una «mesa redonda». Otros solían decir siempre «a más a más», en lugar de «además», y lo decían con toda seriedad. Había quien recurría a frases leitmotiv como «cum lo qual». Cuando por fin se levantó la veda de expresarse en nuestra lengua empezaron a abundar los «llavonses», los «vins ara», las confusiones de léxico y los giros normativos flagrantes, metidos con calzador que recordaban la actitud de Monsieur Jourdain de Molière.
Supongo que ahora llega la época caliente, si todos estos doctos oradores han de dar sus clases en inglés. Será como Ana Botella añadiéndole los localismos coloristas de esta lengua nuestra de cada día.