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Mientras esperaba en la cola de un supermercado para pagar el pan, un conocido que estaba justo detrás de mí me saludó y sin más me soltó: "Ya estoy harto de tanta protesta, huelgas y mandangas". Le miré un tanto desconcertado (por un momento pensé que se habían colado unos manifestantes en el local). Entonces empezó un mitin y como la cosa no acababa estuve a punto de cederle mi turno en la caja. En realidad no se daba cuenta de que estaba protestando por las protestas. Envuelto entre tanta palabrería y sin querer, entré al trapo. "Sí es verdad que hay mucha crispación y tensión en la calle, pero ahora no sabría decirte si hay motivo o no para ello. Habría que analizar caso por caso". Como respuesta me llevé un coscorrón: "Claro, a ti te interesa el lío porque así vendéis más periódicos". Pagué la cuenta y me despedí sin más.

Mientras conducía rumbo al plato de lentejas que me esperaba en casa, le di vueltas a la cantidad de conflictos abiertos: TIL, dragado, carretera general, estación de autobuses de Ciutadella... vamos, que estamos a la que salta e incluso si nos cambian la dirección de una calle nos ponemos en plan Fuenteovejuna. ¿Y eso es bueno o malo? Como concepto abstracto creo que es positivo, porque demuestra que la sociedad está viva y no amodorrada en el sofá ante la televisión. En ese momento, pensé en la cajera que me había atendido. Quizás estaba enfadada por alguna injusticia o había participado en una concentración. Pero cuando fue al trabajo y no mezcló churras con merinas realizó bien su cometido. Me llamó caballero al tiempo que sonreía y se despidió deseándome un feliz día.

Que la gente exprese sus opiniones es saludable. El voto de confianza que damos a nuestros políticos no les da carta blanca. Deberían tomar nota del pulso de la calle y no enrocarse. Y el ciudadano analizar qué se ha hecho con su voto. La democracia no se ejerce cada cuatro años, sino cada día.