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El concepto de lujo es subjetivo. Para muchos de nosotros puede ser un lujo disponer del tiempo necesario para disfrutar de nuestros hobbies o la familia, admirar un paisaje, bañarse en soledad en una playa o comer verduras de nuestro propio huerto en lugar de caviar iraní.

Pero si nos atenemos a la definición de la palabra el lujo implica abundancia, generalmente de cosas que no necesitamos para vivir pero que nos satisfacen, o también nos damos un lujo cuando logramos, con más esfuerzo del normal, alcanzar algo que en realidad está lejos de nuestras posibilidades, y aún así luchamos por conseguirlo. No hay nada criticable en ello, ni es una excentricidad concederse un capricho o cumplir un sueño.

La constatación de que el segmento del turismo de elevado poder adquisitivo tiene tirón en Menorca puede levantar ampollas en los tiempos que corren. Hay quien ve en ciertos gastos una obscenidad cuando un día sí y otro también se suceden noticias sobre el paro, los desahucios y los recortes. Y es curioso, pero la noticia de que este tipo de demanda existe y crece genera pudor.

Unos porque no quieren ser identificados ni perturbados en su abundancia y otros, los menos, porque no quieren ser considerados ricos cuando han trabajado lo suyo para pagar un evento especial. En realidad, y mal que nos pese, cuando mediante la promoción se busca turismo de calidad estamos ante otro de los eufemismos de lo políticamente correcto.

Porque lo que buscan y necesitan los negocios locales son turistas con dinero, aunque éste no siempre venga de la mano de otros valores, pero es lo que mantiene a flote la industria y genera, a su vez, puestos de trabajo en una maltrecha economía local.